"Fué este rincón el que me impulsó a empezar
la búsqueda de lo que sigue... mi destino,
aunque la verdad no creo que esté ni cerca todavía.
Pero la vida me ha hecho entender,
que no tengo nada que perder...
y ahora que comenzé, llegaré hasta el final..." Gin@lejandra°


jueves, 28 de junio de 2012


jueves, 24 de mayo de 2012

Solía sentarme a tu lado
sin saber qué posición tomar,
intentando descifrar aquellos ojos
por donde sólo boga el silencio,
y el calor de tu amor.

Buscaba borrar esa cicatriz que nace en tu pecho,
cuando sentí en el hueco de mis manos unidas
palpitando la fe...
latidos de esperanza.

Eres la mujer más fuerte que conozco.
Te admiro. Te amo.
Te espero... en aquél mismo sillón donde
hablábamos por las tardes,
donde te confiaba mis dudas y proyectos,
donde te hice mi promesa.
Allí te espero todos los días,
allí te esperaría toda la vida.


Feliz Cumpleaños.



viernes, 13 de abril de 2012

Las Buganvilias en el bosque de las miserias - Columna para periódico Acento

Las hojas del bosque residían desgreñadas bajo la suave pero incesante lluvia que se había instalado desde hacía años.

Las prolongaciones y extremidades de la vegetación sondeaban y excavaban las húmedas tierras, de las cuales emanaba
un sopor desahuciado. El fango, el musgo y la hierba emprendían un camino ambicioso sobre los lugares en los que antes
florecían hermosos y engreídos capullos en las primaveras.

El antiguamente cálido y primitivo corazón del bosque padecía, perturbado por una insistente sombra, parecido a como
el corazón del hombre ciertas veces se opaca por una indescifrable tristeza.

El bosque comenzó a ser conocido por todos como el bosque de las miserias… Por todos excepto por el poeta.

El poeta sabía ver a través de la tristeza de aquél bosque, que era triste porque extrañaba las dulces fragancias, los
colores, y la luz del Sol. El desconfiaba que fuese cierto que una planta, si se marchitaba su flor, fuese incapaz de crecer
otra eventualmente.

Aunque incluso el bosque mismo parecía haber aceptado como ineludible su final, y permitía que su gran latido fuera
lentamente dejando de palpitar en los troncos de los árboles, el poeta se negaba a creer que se pudiese domesticar de
semejante manera la euforia de la naturaleza… Que el rito del bosque pudiese adaptarse sumisamente a una forma de
decadencia sin haber intentado alterarla, buscar su balance.

El poeta buscó y buscó entre los fangos del bosque, acompañado constantemente por un silencio lúgubre, como el de
los cañones justo después de una guerra, hasta hallar una planta de Buganvilias.

La planta seguía en pie a pesar de todas ramas muertas a su alrededor, invariablemente firme ante la tempestad, como si
lo hiciese a plena consciencia, en un acto de dignidad y honor. Sus colores destellaban como los de la aurora, y el poeta,
satisfecho, anduvo por la vida plácidamente desde entonces, ajeno a la amargura.

Sabía que la función de la desesperanza sería siempre provisional, en su ineficacia ante lo intemporal del instinto de
supervivencia.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3902/78/Las-Buganvilias-en-el-bosque-de-las-miserias.html

lunes, 19 de marzo de 2012

Consuelo - Columna para periódico Acento

Las olas se alzaban de manera suave y elegante sobre la superficie del mar... Su movimiento, por alguna
extraña razón, me recordaba a la manera en que los brazos de un niño se alzan para volar una chichigua.
Luego se estrellaban con fuerza, y mi alma se quedaba allí, revuelta entre nubes de espuma y sal.

Yo me quedaba muy quieta, escuchando el sonido que hacía el estrellar de las olas... Un sonido que se
quejaba muy amargamente aquella tibia tarde. Así estuve por horas sentada en la arena, postergando la
cotidianeidad, clavando mi mirada anhelante en el horizonte.

A lo lejos escucho una voz de tono interrogante, pero estaba muy concentrada como para fijarme en su
procedencia. Medio minuto después, sin embargo, lo supe. Sentí una sombra alargarse sobre mí, y giré
hacia mi derecha para ver a un niño, preguntándome insistentemente porqué no quiero ayudarlo.

"¿Ayudarte con qué?" Le pregunto, saliendo de las profundidades de mis pensamientos.

El niño, indudablemente consternado con mi indiferencia previa, me pide que lo acompañe. Adentra los
pies en la orilla del mar, y recoge un poco de agua entre sus manos.

"Mira." Me dice. Observo el agua transparente que empieza a gotear entre sus pequeñas palmas apretadas.

"¿Qué es lo que me pides que mire?"

"El color del agua." Me dice acongojado.

"Yo no veo nada extraño."

El niño la mira perplejo. "¿No ves que ya no es azul?"

"Es porque el mar no es azul." Le rodeo las manos que siguen sosteniendo el agua, y le explico, "ese azul
de oscuro esplendor es el color del cielo, que el mar refleja."

"¿Del cielo?"

Le asiento con la cabeza, en señal de afirmación. El niño hace una mueca, resistiéndose a llorar, y me percato
de que para él, este asunto es uno verdaderamente importante y serio.

"¿Qué te entristece?" Le pregunto.

"Que no puedo alcanzar el cielo."

"¿Y para qué quieres alcanzar el cielo?"

"Necesito atrapar ese color azul."

Derrama el agua que tenía en sus manos, y me muestra el collar que le rodea el cuello. No era un collar
precisamente, más bien, se trataba de una fina soga atada a una diminuta botellita. "Es el mismo azul de
los ojos de mi mamá," me explica, "no había vuelto a ver ese azul desde que... Desde que..." Su esfuerzo
se quebranta, y se deshace bruscamente en sollozos.

Qué pequeño se veía ahora aquello que me angustiaba antes. Tantas horas ensimismada en mis pensamientos
grises, cuando tan cerca, había un niño que necesitaba ser consolado. Acunarlo entre mis brazos fue lo que
hice para indemnizarme de mi comportamiento.

La percepción es una herramienta curiosa y extravagante.

Y en definitivo, pocas cosas son extraordinarias en la manera que lo son las añoranzas.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3664/78/Consuelo.html

domingo, 4 de marzo de 2012

Como una imitación - Columna para periódico Acento

Con frecuencia deseo volver a ese lugar al que siempre voy cuando intento escapar de preconcepciones y vacíos.
Es uno al que voy sólo cuando necesito de él, lo que hace al regreso, por seguido que sea, un placer incontaminado.

Hoy he regresado. Busco un bálsamo para mi herida, y ese lugar, con sus ruinas confusas, y sus construcciones
descalabradas, siempre absorbe mi aflicción, como si la repartiera entre otras almas.

Escucho mis pasos resonando en el eco, y el quejoso crujir de las puertas cuando giran con dificultad sobre sus
goznes para permitirme la entrada. Atravieso un resonante corredor y llego al pie de una escalera devastada.
Inhalo aire en un intento de respirar, y empiezo a subir. De los bordes de los escalones surgen matas de Celidonia,
yerba de las golondrinas, doradas y mortíferas. Cuando llegué a la cima de la escalera, que en un gesto de lealtad
al tiempo a quedado en pie, la oscuridad era tan gruesa que había quedado ciega. Qué siniestra casualidad -me dije-,
pero me deshice de lamentaciones e improperios contra mi infortunio y continué mi camino con extraordinario vigor.

Me encontraba en un laberinto. Sabía perfectamente qué debía hacer para salir de él... Verán, se trata de un ejercicio
mental, la única instrucción es pensar.

Al principio, como es usual, mis pensamientos son fríos, pero luego se van presentando las evidencias. A medida que
voy interpretándolas, mis pensamientos van abandonando su palidez, y su sabor a descafeinado. Ese trayecto es el
bálsamo que busco. Es también lo que me permite escapar de preconcepciones y vacíos.

Un laberinto, un estado, un proceso analítico y crítico por el que debe atravesar toda persona que desee producir un
cambio ideológico que no venga con fecha de expiración. Resulta fácil evidenciar cuando un cambio ideológico no es
auténtico... Se carece de la amplid mental necesaria para adoptar la nueva ideología en toda su intensidad, y se recurre
a la pretensión de apropiársela, y para conseguirlo, se reduce las dimensiones de esa ideología en una proporción
análoga a las facultades que la juzgan, y se empequeñece hasta que entra en la medida común.
Algo así como una imitación.

Me niego a creer que nuestras opiniones sinceras son tan volátiles y manipulables. Que las impresiones del ser humano
no son más que un arenal invertido, que deja escapar poco a poco su contenido. ¿Cuál es el objetivo, y cuál es la
naturaleza, de eso que aspira a sojuzgar un porvenir, una dirección correcta, un camino a seguir, pero que es tan violento
en su embriaguez, tan rápido en su duración, que se desvanece igual que se desvanece cualquier moda?

Hoy mismo, palpitantes con deseo de lucha, con indignación, con esperanza... ¡Y mañana!... Nada. Se extravían las razones,
la efervescencia. Todo porque no fueron fundamentadas sobre una base sostenible.

Ya siento la salida del laberinto aproximarse. Lo sé, porque empiezo a ver mejor, hay más claridad. Puede que cuando salga,
siga ciega... Sólo que al contrario del inicio, ahora me cegaría el resplandor de la luz, que es igual de malo. Significa que
me he apresurado. Un cambio de ideología es algo progresivo, bien justificado, y personal. Sólo de esa forma se logrará
efectivamente romper el mundo conjetural en el que se está acostumbrado a vivir, y desarrollar esa mirada universal, como
de águila, que le permita mirar frente a frente al Sol, y a la vez divisar al insecto oculto bajo la hierba.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3496/78/Como-una-imitacion.html

viernes, 24 de febrero de 2012

Una extraña especie de asalto - Columna para periódico Acento

Laura hacía mermelada en el hornillo, removiendo la mezcla espumosa mientras se iba haciendo almíbar,
hirviendo los tarros y llenándolos para colocarlos luego en un estante como si fuesen adornos, o libros.

Pedro llegó inesperadamente. Había corrido tan rápido como pudo, y tan lejos como creyó conveniente...
Y por supuesto, había parado allí. Tenía el cuerpo mojado en sudor, y la respiración cortada, pero la mirada
de un hombre libre.

Laura recordaba a Pedro perfectamente. Cuando eran niños vivían cerca. Él y Laura se comían las mermeladas
como ésta, que en ese entonces hacía su abuela, en lo más crudo del invierno. Robaban cucharadas cuando
la abuela no miraba, y se escondían debajo de la mesa para lamerlas hasta dejarlas limpias. Cuando Pedro se
fue, Laura se convirtió en otra versión de sí misma, una más oscura. No fue fácil. Nunca llegó a decirle...

La luz del día atravesaba la ventana, manchando la alfombra, y el brazo de la silla. Fuera, el agua goteaba de
la cornisa. Todo igual que siempre, y sin embargo, allí estaba Pedro, llegando de esa manera tan abrupta,
después de tantos años, parado en la puerta, esperando entrar.

- "Eh, hola" le dijo a Laura, levantando la vista con la misma torpeza y calma de siempre.

Después de un momento de silencio, ella se levantó, se sacudió las manos en los pantalones, y salió furiosa
hacia el campo. Los cardos le arrañaban los tobillos, y las fresas se reventaban suavemente bajo sus pies.
Era injusto. Todo esto era injusto. Ella había renunciado a tantas cosas, forjado una vida distinta a la que
había querido. Ahora era tarde.

Pero Pedro siguió el mapa que formaba el trayecto de sus pasos, la cicatriz de su huída, y la alcanzó. En una
extraña especie de asalto, la abrazó, y confirmó su sospecha. Sus grietas aún coincidían.

Ellos no eran más que un relato a medio terminar. Un destiempo.

Un error, de esos que son un placer cometer.



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El músico - Columna para el periódico Acento

Ella giró la perilla de la puerta, afiló sus tacones en el cemento frío, y partió hacia lo desconocido...
Ese amplísimo lugar del que nadie exilia.

En el camino se topó con la noche, que apenas existía. Y con la ciudad, esa traicionera, que cuando
quiere verte sonreír sabe ser tan condescendiente. Pero ella a sus veinte años, conocía suficiente
como para saberse advertida.

Así andaba las calles esa noche, con cuidado... Migrando a través de la retícula del tiempo, tan absorta
en sus pensamientos que ya empezaba a sentir que desocupaba el cuerpo, cuando divisó un letrero que
se detuvo a leer en la vitrina de su dulcería favorita.

"Se solicita empleado." Leyó.

Tendría más sentido si solicitaran un desempleado, pensaba ella, mientras miraba hacia adentro,
recordando con melancolía cuando la idea de lo lejano no era más que la cajita de dulces que estaba
más alta de todas en esa dulcería.

De repente, sus pensamientos fueron interrumpidos por una melodía que, inconsciente de la presión
que la elevaba, no advertía la forma en que fracturaba tantas máscaras, y muros de los que la escuchaban.
Aquella atrevida melodía, se inmiscuía en asuntos que eran sólo del alma, y limpiaba el polvo que le daba
masa y volumen al abandono.

Ella se voltea, y mira fijamente al músico que creaba semejante melodía. La guitarra en su propia desolación,
hueca, estaba suspendida a voluntad del músico, expuesta al aplauso expectante, y a la mirada furtiva de todo
el que pasaba por allí. El músico tenía su mano colocada sobre la boca de la guitarra... Con sus dedos tendidos
sobre las cuerdas, descomponía sueños, y como si se tratara de cualquier otra reacción de la materia, los traía
momentáneamente a la vida, mediante la escenificación de lo transitorio.

Mientras aquella melodía iba nulificando vacíos dentro de ella, ella iba a la vez cediendo, y sucumbiendo con
mucha gracia a la merced de los dedos de aquél músico. Cuando éste se detuvo, jadeando, en un momento de
lucidez, y con un silencio que pendía del cielo sobre sus cabezas, la noche se convirtió en la gran lección del día.

La música será siempre un lenguaje de compañía.



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martes, 7 de febrero de 2012

Aún hay esperanza - Columna para periódico Acento

Hace mucho tiempo, antes de transformarse en una tienda de antigüedades, y luego en una librería, este lugar había
sido un teatro. Un gran experimento en la década de los treinta. No era nada impresionante en su exterior, una
estructura muy elegante y discreta, pero su interior era otra historia. El techo abovedado, con sus simuladas nubes,
había sido iluminado originalmente para crear la ilusión de la luz de la luna, y cientos de pequeñas luces brillaban
como estrellas. Fue un buen negocio durante décadas, pero a pesar de que había prevalecido contra feroces adversarios
como incendios e inundaciones, fue víctima suave y rápida de la televisión en la década de los sesenta.

Su actual dueño es el señor Ricardo. Su padre había cuidadosamente diseñado el teatro, y lo había modificado,
cuando fue prudente, para dar vida a la tienda de antigüedades. Ricardo recordaba perfectamente aquella mágica
tienda. Toda su infancia estaba atada a ella. Cuando su padre falleció, Ricardo advirtió una sensación de apabullante
extrañeza al entrar al lugar. Las cucharas y candelabros que su padre solía pasar tantas horas reluciendo, las alfombras,
los libros... Incluso las etiquetas de precio escritas en su indescifrable caligrafía... Todo seguía allí a pesar de que él
se había ido, y contra toda lógica, Ricardo lo consideraba desleal, de alguna retorcida manera.

Esa noche al dormir, Ricardo tuvo un sueño muy peculiar. No había en ese sueño sensación alguna de maldad, tampoco
de placer, simplemente una sensación de sin fin. Como una niebla fina y blanca que le envolvió la cabeza y asentó allí,
negada a marcharse. Así fue como la tienda de antigüedades mutó a una biblioteca.

Hoy en día, el señor Ricardo es un garabato del hombre que fue. Bajo y frágil, parecía inclinarse y salir de un nudo en el
centro de su espalda. Sus pantalones de color beige se aferraban a sus rodillas de mármol, los débiles tobillos ascendían
estoicamente de sus zapatos viejos de gran tamaño. Mechones de hilo blanco brotaban de varios puntos fértiles en su
cuero cabelludo, que de otro modo sería suave y reluciente. Las personas de alrededor lo describían como una persona
no sociable, y tan viejo como el tiempo mismo.

El señor Ricardo observaba desde su escritorio la puerta de entrada a la biblioteca, como todos los días, preguntándose
cuál era el punto de seguir abriéndola cada mañana, cuando un muchacho se asomó y entró.

"Buenos días." Lo saludó el muchacho.

"¿Nombre?" Respondió Ricardo.

"Monsant."

"Nombre," dijo nuevamente, enunciando en voz lenta y quebradiza, "de el libro que buscas." El señor Ricardo parpadeó,
una parodia de paciencia, aguardando la respuesta que sabía que vendría.

"Pues, en realidad, no busco un libro. Yo ya tengo el libro en cuestión." Le informa el muchacho. Ricardo respira
cortantemente. "Si ya tiene el libro," dijo, "no necesita de mis humildes servicios. Tenga un buen día." Y con esto,
gira y arrastra los pies hasta una torre de libros acumulados cerca de su escritorio.

Monsant lo mira insistentemente. Había venido de muy lejos buscando al señor Ricardo. Este hombre era quien debía
revisar su estudio sobre la historia de ese lugar, que para el momento, aunque era una biblioteca obsoleta, se había
convertido también en un ícono arquitectónico dado su antigüedad. Estirándose a toda su altura, Monsant cruzó las
tablas del suelo, y se paró al lado del señor Ricardo.

Este no volteó su cabeza, meramente continuó colocando los libros en la estantería.

"Aún estás aquí." Una afirmación molesta.

"Sí," dijo Monsant firmemente. "He venido a mostrarle algo, y no me iré hasta hacerlo."

"Me temo, caballero," dijo Ricardo a través de un suspiro, "que ha perdido su tiempo, así como hace ahora perder el
mío. No hago ventas a comisión."

Enojo erizó la garganta de Monsant. "Y yo no deseo vender mi libro. Sólo pido que le eche un vistazo, para que me dé
una opinión experta de mi estudio." Sus mejillas estaban tibias, una sensación poco familiar. Monsant no era de los
que se ruborizaba. Ricardo se voltea entonces, para apreciarlo detenidamente. Sin palabra alguna, y con los movimientos
más sutiles, le indica la entrada a su pequeña oficina detrás del escritorio. Al acomodarse dentro de la misma, Monsant
entregó el libro a unos dedos expectantes.

Silencio descendió, aguijoneado únicamente por el tictac de un reloj. Monsant aguardaba ansioso mientras el señor
Ricardo pasaba las páginas. Quizás necesitaba dar más explicaciones. "Lo que quisiera es que — "

"Calla." Su pálida mano levantada, apretando entre sus dedos un cigarrillo que amenazaba con renunciar a su punta de
ceniza.

El señor Ricardo estaba profundamente concentrado, sus labios apretados, un poco temblorosos. Terminó de leer, y se
permitió rozar sus dedos sobre la espina dorsal del libro, cerrando los ojos. Al abrirlos, miró apreciativamente al
muchacho, vislumbrado, percibiendo los agujeros que el libro había abierto en la tela de su memoria... Evidencia de
que un fino trazo como aquél aún pudiese encontrarse en esta época, uno de fuerza alquímica, que provocase la gozosa
impresión de que el tiempo perdía significado, lo conmovía de una manera inexplicable.

Aún había esperanza.



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lunes, 6 de febrero de 2012

Ya estamos aquí - Columna para periódico Acento

La tapicería de los asientos no lograba desmentir la antigüedad que registraba el olfato en aquella sala de espera.
Aguardó durante horas a que su madre terminara de hablar con el señor detrás del escritorio, pero ya empezaba
a impacientarse. Rondaba los 16 años, delgado, usaba unas gafas de marcos gruesos y negros.

En ese momento entró una mujer muy anciana a la sala. Era tan frágil, tan liviana, pensó el muchacho. La señora
cargaba un libro gordo, de portada dura, color verde esmeralda. Le sonrió dulcemente, y con el índice, lanzó un
hilo invisible que ató la vista del muchacho y la transportó al título, escrito con letras doradas: Historias Mágicas
para Niños y Niñas, autor anónimo. El muchacho pronunció el título, disfrutando el crujido de sus labios al hacerlo.
La anciana le permitió pasar los dedos sobre las letras doradas, pero cuando iba a abrir el libro, la sonrisa de la
anciana se tornó retorcida y macabra. En un arrebato le quitó el libro y salió corriendo por la puerta, dejándole la
mano extendida y abierta. Algo similar al enojo, aunque más ligero, como un burbujeo, ascendió lentamente hasta
su esternón.

En un lugar tan oscuro, fue muy fácil distinguir la salida. La anunciaba una franja de luz, por donde se perdía la
silueta de la anciana. En un pestañar, el muchacho emprendió su camino tras ella. La luz creció hasta volverse un
estallido que depositó en sus ojos esquirlas de fuego, y le contrajo las pupilas. Afuera, la anciana en lugar de huir
se acercó a él. Se lame los labios y le dice en un susurro: " No soy quien crees que soy."

- "¡Pero si no tengo la menor idea de quién podrías ser!" Las palabras surgen rugosas, secas del miedo, existiendo
por alguna voluntad exterior a la suya, pero imposible de combatir.

- " A mí no me engañas, tú aún posees defensa en la mirada. Acabas de ser creado. Debes estar desesperado por
mantener esa sensación de ser real e independiente. "

- " No entiendo nada. "

La anciana lo mira perpleja. Empieza a murmurar para sí misma, como bajo alguna influencia narcótica: " Claro, claro.
Es así como lo logra. Ahora entiendo por qué nadie intenta escapar... Creí que los más pequeños lo entenderían, pero
no, ninguno lo sabe..."

- " ¿Qué no sabemos?"

- "Pues que no existen, son imaginados dentro de la cabeza de alguien más. Son todos parte de una narración. No
poseen libre albedrío, ni independencia ¡Ni alma propia siquiera! Pertenecen a alguien, y ese alguien maneja sus
destinos."

La anciana permite que en un suspiro se diluya su impotencia, y se aferra más fuertemente a su libro.

- " ¿Quién creíste que pensé que serías?" Pregunta el muchacho.

- "Pensaste que sería la que te rescataría de ese horrible lugar."

- "Al huir, fue justamente lo que hiciste."

La anciana medita un momento, encolerizada al percatarse de que aún no ha podido burlar a su escritor. No hay
escapatoria.

En algún lugar, una bala se mete en la recámara de un revólver.

La anciana se sienta y llora, desconsolada. El muchacho le pregunta por qué protege tanto a ese libro.

- "Este libro me permite ser el reflejo opuesto del espejo. Es el único modo de escapar de aquí."

- "¿De dónde?"

Algo se ciñe con fuerza en el muchacho. La sensación de hallarse en el interior de algo orgánico. Un laberinto.
Un cerebro. Mira a su alrededor... Tiene sentido lo que dice la anciana. Estar dentro de una máquina pensante.
Las ideas que genera son los individuos que la habitan.

- " Lo que no entiendo es por qué el estar dentro de la cabeza de alguien nos hace ser menos reales. Existimos
igual. ¿Qué no refleja, al fin y al cabo, lo mismo el espejo que lo que se le coloca en frente?"

Un escalofrío le eriza la piel a la anciana.

- " Siempre hay uno que cree que lo sabe todo." Le responde indignada, negada a ver todas sus teorías regresar al
punto inicial. Ella seguirá por siempre intentando descifrar cómo escapar, descubrir el secreto que nadie antes ha
podido descubrir, cómo comprobar que es real.

Y mientras, todo esto podrá ser la historia de algún escritor.

"¿Qué hay de malo en eso? - Piensa el muchacho - Ya estamos aquí."




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jueves, 26 de enero de 2012

Caballero inconstante - Columna para periódico Acento

Cada recuerdo tiene su textura propia.

Están aquellos en los que voy deshojando bosques. En los que el recuerdo parece levantarse de los propios átomos,
colocarse frente a mí, y mirarme fijamente. Esos que son como el agua, el aire, o incluso quizás alguna sustancia
explosiva o tóxica, a la me resulta imposible darle forma.

Son como asomarse por la cerradura del ojo.

Me resulta fascinante esa clase de recuerdos... Poco importa si son buenos o malos. Si pudiese recordar fielmente
ciertas realidades en su contexto, dejaría de extrañar tantas cosas que se han ido. Aunque por otro lado, no quisiera
hacerlo siempre. No deseo poseer todos mis recuerdos insanamente intactos.

Desajustar la realidad de vez en cuando resulta necesario. Una brújula que me desvíe, y me indique también el lugar
donde no están las cosas.

Esos recuerdos en los que la distorción adquiere rasgos atractivos, y para abrirle el vientre a la imaginación me coloco
en el lugar del cuchillo, resultan a veces la forma más honesta de ocupar vacíos, y poner en su lugar algunas situaciones.
De la misma manera en que la ficción narra tantas verdades.

Son como tirar mi mente por la ventana a otro universo.

Desviar realidades es una tradición humana muy antigua, y además profundamente arraigada en nuestros hábitos.
La percepción varía de persona en persona.

La real diferencia en esta dos clases de recuerdos, la fiel y la infiel a la realidad, es la misma que hay entre el hubo
una vez, y la vez de un hubo.

Pero el recuerdo, ese caballero inconstante, suele acompañar a la desolación, y en la desolación todo está permitido.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3083/78/Caballero-inconstante.html

miércoles, 18 de enero de 2012

Soliloquio - Columna para periódico Acento

"El hombre es imperfecto."

Ha habido siempre en algún lugar de mi conciencia una inconformidad al tener que aceptar esa frase.
Aunque sea cierta.

Es cuestión de cómo está formulada. Tendría más sentido decir que el hombre es tan perfecto como
puede serlo. Su conocimiento y habilidad, a la medida de su estado, lugar, tiempo, y espacio. Es ésta
una de las más curiosas realidades que nos puede ser proporcionada por el acaso de los encuentros
y de las faltas, conquistas y tropezones, de la naturaleza humana.

Después de todo, el orden general está dentro de lo natural.

Observen la manera en que los sistemas corren dentro de otros sistemas. Fíjense tanto en los patrones
que forman al hacerlo, como en la compleja maquinaria en la que resultan. Una de la que sólo alcanzamos
a conocer un muy pequeño trozo.

¿De dónde más podemos razonar, sino a partir de lo que sabemos?

Por sencilla que sea esa noción, a muchos se les escapa, y andan por la vida con una sensación de
posesión y dominio absoluto... Ignorando lo irreal y quimérica que es dicha sensación.

Incluso, muchos de aquellos que sí son conscientes de nuestros limitantes, son a causa de esto atacados
por el tedio, esa fastidiosa enfermedad del alma.

¿Qué otra razón sino esa, es la que provoca que tantos hombres se encuentren insatisfechos? ¿La razón
de que, cuando ningún otro animal en la naturaleza se queja de lo poco que se le haya brindado, el hombre
esté siempre en busca de más?

Cualquier eufemismo se ha vuelto válido, para evitar considerarle existente al permanente desencuentro
del hombre con su capacidad.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3007/78/Soliloquio.html

miércoles, 11 de enero de 2012

¿Y a ti, qué te diría el niño que fuiste? - Columna para periódico Acento

- Entonces, ¿es ella?

Dijo a alguien que ya no estaba allí. Se percata de esto, y permanece quieta un momento, entendiendo lo
que ocurre, mientras me observa con atención.

- Eres distinta.

Concluye por decir. Yo la miro también... Es exactamente como la recuerdo.

- Es porque he madurado.

Le respondo cariñosamente.

-¿Madurado? ¿ Y eso por qué te hace distinta?

- Pues, que he crecido y aprendido. He cambiado. Ahora sé más.

Le dije, aunque por alguna extraña razón, no pude pronunciar con toda seguridad esas últimas tres palabras.
Y como sabrán, esas son cosas que no se le escapan a los niños.

- Ah, no sabía que madurar implicaba cambiar quien eras. ¿Y en qué conoces la vida mejor que yo?

- Esa pregunta no tiene caso responderla. Aunque tuviese una respuesta concreta, pierde el sentido si te la
doy. La irás descubriendo a tu tiempo, y a tu manera.

Ella suspira resignada, sabiendo que es inútil insistir.

- Supongo que es bueno el hecho de que no me lo quieras contar. Significa que no hay nada que quieras evitar
que suceda.

- Sí que lo hay. Pero aunque quisiera evitarlo, sé que si no sucede no formará mi carácter como lo ha hecho,
y no podré ser quien soy, quien tú llegarás a ser.

- ¿Te gusta quien seré, quien eres, entonces?

- Sí, aún hay mucho que mejorar, pero sí.

- ¿Qué queda por mejorar?

Medito un momento antes de responder a esta pregunta, aunque su respuesta es bastante sencilla.

- Todo lo que quiero mejorar de mi consiste básicamente en recuperar cosas que dejé perder de mi misma.
Cosas que tú aún tienes. Como la sencillez con la que miras las situaciones.

- ¿De qué te sirve madurar entonces?

Ante esto, no me queda más que reír.

- Creo que no logré definirlo correctamente.

Le digo.

- No, lo que no hiciste fue preguntar por qué te veo distinta.

- Tienes razón... Tampoco pregunté distinta a quién.

Ella sonríe.

- Por fin entiendes. Eres distinta a como pensé que serías, a como te imaginé. Y distinta a quién eras, a mi.
Te sumiste en el desaliento. Olvidaste tu sueño, aquello que anhelabas. Pude darme cuenta con tan solo mirarte.

- Lo sé. Lo sé.

- ¿Qué pasó? ¿Por qué lo has hecho?

- Pues, precisamente por madurar. Ese sueño tiene demasiados obstáculos, y muy pocos beneficios. No es
práctico. Es hermoso, pero no me conviene.

La niña que fui, aquella que aún vive en alguna parte de mi, pero que he ignorado por mucho tiempo, se pasa la
mano por los cabellos yendo de un lado para otro como animal perseguido, y me dice con una voz llena de angustia:

- Te engañas a ti misma. Huyes diciendo "mejor así", pero tú ya conocías los obstáculos que traía tu sueño antes
de proponértelo. Juraste que para hacerlo realidad pondrías todo el ardor de tu alma, toda la fuerza de tus brazos.
Lo sé, porque eras niña cuando lo juraste. ¿Es esto todo lo que tienes? Ante tus ojos, y los de muchos otros grandes,
no soy más que una tontuela, pero sé muy bien lo que es el miedo. Temes. Es esa la verdadera razón de tu abandono.
Te dices que es lo sensato, lo correcto... ¡Lo práctico! ¡Te dices eso y te crees casi justificada aún ante tu propia
consciencia, ciega de ti! Pero no siempre fue así como te representaste las cosas. ¿Quieres mejorar?

- ¡Ya sé! - La interrumpo. – Ya sé cómo hacerlo. Ya sé lo que debo recuperar.

.....................................................................................

En esta madrugada no se escucha más que el silbido del viento de invierno que agita las copas de los árboles.
Estoy acostada en mi cama, esperando un amanecer que llegó en forma de remembranza.

Verán, la historia surge con la retrospección. Muchos eventos se vuelven significantes sólo cuando miramos
hacia atrás.

El pasado es esa amenaza que siempre se cumple, o esa promesa que no descansa... Dependiendo de cómo decidas
verlo, porque así como todo lo demás, el pasado está empañado por nuestra percepción, laboriosamente fabricada
por nuestras mentes y corazones, la tecnología más antigua y compleja.

Aún no sé cómo logré abrirle la puerta a ese recuerdo, pero siento con qué nostalgia acaricia mi mente aquel
peculiar sueño que tuve una vez.

Tanto he cambiado desde entonces, y a la vez tan poco.

Me pregunto cómo sería aquel encuentro imaginado, si lo imaginara hoy.



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viernes, 30 de diciembre de 2011

La tierra de todos - Columna para periódico Acento

Hoy he confirmado algo que leí, no recuerdo dónde, hace mucho tiempo:
"Jamás harás conocer a un bizco su propio estrabismo, si no le pones delante un espejo fiel que le retrate
su torcida vista, porque el ojo de su cara que sirve para ver y conocer a los demás no puede, sin un milagro
que equivalga a esta gracia que tú disfrutas, verse y conocerse a sí mismo."

Me marcaron estas palabras porque me hicieron consciente por primera vez de la funesta propensión que
tenemos a juzgar lo que sucede en el corazón ajeno, por aquello que pasa en el propio. Fue maravilloso ver cómo
otra persona caía por cuenta propia en esta misma realización. Un cambio necesario de ser imitado por otros.

Se trata de una persona asombradiza, que no había paseado nunca, para su fortuna o desgracia, fuera del
contorno de la comodidad y el ocio. Una persona de buen corazón, pero con un orden equivocado de las cosas,
y una confusión de ideas que la caracteriza no sólo a ella, sino a una gran parte de nuestra sociedad, que tiene
diversos orígenes como lo pueden ser los métodos de estudios, las influencias que nos rodean, las expectativas
propias y ajenas, la falta de curiosidad y profundidad.

En fin, se trata de una persona que usualmente se escandaliza por la rudeza y desnudez de la realidad, y que
peligrosamente posee un puesto importante en los medios de comunicación. Digo peligrosamente, porque su
"estrabismo", como he decidido considerarlo, la ha llevado a ampliar el criterio de la moralidad hasta hacer pasar
por lícito muchas injusticias, y la hace creer erradamente que no conviene enseñar la verdad sin introducir algunas
"prudentes" modificaciones. Se ayuda así, del mal para intentar hacer un bien, como la tierra se ayuda del estiércol
para hacerse más fértil.

Pero tenía razón aquella frase... Se necesita de un espejo fiel, que retrate su torcida vista. Ese espejo se lo colocó
delante la vida. Un espejo que la hizo conocedora de las miserias humanas, al menos de su existencia.

Resumiendo, mi amiga se observó en los ojos de otra persona. Observó a quien no quería ser. Y ocurrió lo mismo
que ocurre en un lugar donde todo el mundo anda caminando con prisa, y alguien se detiene. Ese alguien se convierte
en un punto fijo que contrasta y hace notar el atropellamiento de los otros, y el rumbo amenazante de su andar.
Mi amiga se percató de que el mal suele desconocerse a sí mismo.

La noción del bien y del mal es subjetiva, por cierta que parezca.

Darse cuenta de esto es indispensable para acercarse a la objetividad, y la comprensión humana... El único lugar
donde la multitud heterogénea pudiese confluir, la tierra de todos.



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viernes, 16 de diciembre de 2011

Por siempre - Columna para periódico Acento

A cualquiera se le pueden pegar las sábanas alguna mañana. A cualquiera excepto a él. Desde hace años
la costumbre, esa ama inclemente, interrumpe sus sueños sin necesidad de una alarma, y lo saca siempre
de la cama, así como lo hace ahora.

Poco rato después va saliendo de su casa con el sombrero y el abrigo puestos, y estrechando un bastón
entre sus viejas y leales manos. Refunfuñando en un tono tanto alegre como gruñón, como saben hacer
los ancianos bonachones pero biliosos, saluda a su vecino.

Era una mañana nublada y fría. La calle mal pavimentada estaba cubierta de una escarcha helada y punzante.
A medida que Don Ubaldo se acercaba a la casa que visitaría, su paso se volvía más ligero, y su rostro
acurrucado en barba cuidada y blanca, mostraba mejor su gozo de vivir.

La pequeña casa estaba situada a la izquierda de un gran y soberbio roble. Lucía una apariencia impecablemente
femenina con sus tejas lustrosas y jardín que, sabía él, era tiernamente atendido en primavera para que no
diera cabida a una sola hoja fuera de lugar, aunque ahora tanto el jardín como el roble, lucieran secos. Llamó
varias veces a la puerta sin recibir respuesta, y como era de esperar, no tardó en impacientarse. Observó que
al vidrio de la ventana, lo cubría la figura de un simpático niño al que conocía. Se acerca a él, y le hace señales
para que la abra.

- Hola Guillermo. ¿Cómo estás?

Lo saluda.

- Hola Don Ubaldo, yo bien, aunque algo ocupado, ¿Y usted?

- Pues con un poco de frío, ¿Podrías abrirme la puerta y dejarme pasar?

- Lo siento Don Ubaldo, no puedo. Como le dije, estoy ocupado.

Le dice Guillermo con mucha seriedad, aunque haciendo notar que lamentaba no poder ayudarlo. A Don Ubaldo
le cosquillea la curiosidad.

- Entiendo. ¿Y en qué estás tan ocupado?

- Espero un por siempre, y me han dicho que hay que estar muy atento a su llegada.

- ¿Esperas un por siempre?

Guillermo lo mira con mucha paciencia, como debe tener todo niño que intenta explicarle a un adulto cosas
importantes de la vida.

- Sí Don Ubaldo, un por siempre. Es decir, un amor.

Al escuchar esa respuesta, a Don Ubaldo lo invadió una aprensión singular. Estaba conmovido.

- ¿ Y lo esperas aquí? ¿ Por qué no mejor vas y lo buscas?

- ¿Buscarlo? ¿ Al amor, Don Ubaldo? Ya entiendo por qué ha tardado usted tanto.

- Pues sí, buscarlo. Quizás no venga tocando a tu ventana.

- A mi abuela le funcionó.

Le dice pícaramente Guillermo, y continúa:

- Además, usted siempre ha dicho que espera un por siempre.

- No, no. He dicho que espero por siempre. Es distinto.

- Ah.

Responde Guillermo, intentando comprender las complicadas racionalidades de Don Ubaldo.

- Verás, muchacho, no todos los amores grandes son largos. A veces vienen y se van. Luego se queda
uno esperando, a veces por siempre, como yo.

- Pero si ya se marchó, ¿Qué espera?

Don Ubaldo mira hacia dentro de la casa. Puede ver a través de la puerta de la cocina una bruñida máquina
cobre de hacer café, de la que se eleva un ligero vapor que empaña las tazas colocadas en una bandeja al
lado. Suspira, y responde:

- Espero a que regrese.

Guardaron un corto silencio, y luego le pregunta a Guillermo:

- ¿ Sabes dónde está tu abuela?

- Está concentrada en una conversación telefónica mientras espera que el café esté listo.

- Entiendo. Guillermo, tengo mucho frío... Abrirme la puerta tardará menos de un minuto.

- No puedo. Mire a mi abuela... Tiene toda la mañana esperándolo, se va un momento, usted llega, y no
está aquí para recibirlo. ¿ Y si llega el mío en lo que le abro la puerta, quién lo recibe?

- Como habrás notado, he esperado a que regrese tu abuela por mucho tiempo, y lo seguiré haciendo
por siempre. Si tu amor llega, también lo hará.

Guillermo se muestra dudoso, y Don Ubaldo le dice:

- Pero fui yo quien vino... Debes ser tú quien vaya a buscar el suyo. Tu por siempre estará en alguna ventana,
esperándote.

Esto parece convencerlo, y se va a abrirle la puerta de entrada. Cuando lo hace, se asoma también una señora
con expresión alegre y sonrojada, que se limpia las manos minuciosamente en su delantal de tela, mientras
anuncia que el café ya está servido.

Qué tan bien se escuche en la cocina lo que se dice en la ventana, no lo sabe Don Ubaldo.



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martes, 6 de diciembre de 2011

Secreto caliginoso - Columna para periódico Acento

Abre la puerta del bar... El quinto que visita esta larga noche. Una densa humareda gris le azota el rostro, mezclada con el olor de cerveza agria. Se tropieza con su reflejo en el espejo, que a modo de decoración colgaba en la entrada. Tenía los ojos ribeteados de rojo, propio de quien ha tomado en exceso. La mejillas abotagadas, los cabellos revueltos, el vestido sucio y en desorden. Pero no fue eso, sino su sonrisa fingida, que no admitía esperanza, ni consuelo, mucho menos alegría, lo que la hizo regresarse, y no entrar.

Caminó hacia el lado opuesto, sin destino alguno. La llama turbia de los faroles que iluminaban el camino vacilaba al soplo del viento. El tumulto de la fiesta se extinguió, y el ruido se convirtió en un débil zumbido fácilmente ignorado. Su respiración se hizo penosa, sus pensamientos se obscurecieron. A cada pulsación, un dolor, penetrante como una aguja, le atravesaba las sienes. No lograba encontrar en el aire fresco del parque que ahora atravesaba, el reposo ni la frescura que buscaba. Dirige su mirada hacia el cielo, ya surcado de bandas rosadas y anaranjadas, anunciando el amanecer.

- ¿Ibas a pasar sin decirme buenos días?

Le dijo un hombre que estaba sentado en un banco del parque, de barba oscura, y apenas 30 años. Ella se detiene un momento, desconcertada, y se percata de que el hombre es ciego.

- Buenos días.

Le responde, dispuesta a continuar divagando.

- No eres de por aquí.

No era pregunta, y eso le llamó la atención.

- Pues no soy yo la que tiene el acento.

El asiente, mientras se le dibuja en los labios una sonrisa indulgente.

- Ah, pero de conocer este lugar, no lo atravesarías sola a estas horas.

- Peores lugares he atravesado sola.

Responde ella en voz baja, y con más gravedad de lo habitual.

- ¿Y eso te hace valiente?

- Que tengas buen día.

Se despide ella en tono cortante, sintiéndose desafiada.

- No, espera. Estoy desesperado por charlar con alguien interesante. Acompáñame a desayunar.

Dice, mientras apunta con el rostro hacia una cafetería que está cerca.

- Está cerrada.

Le informó.

- No lo estará en unos minutos.

El ciego bordeaba lo rudo, pero había algo en él que la atraía. Quizás su ademán sincero. Aunque ella nunca respondió a su invitación, él tomó su silencio por aquiescencia.

Mientras penetran juntos el parque para llegar hasta la cafetería, ella se fija en los rayos de Sol que se deslizan a través del tupido follaje, adornando con manchas de oro el césped, los bancos, y sus cuerpos.

- Es una cosa particular el Sol a esta hora...

Le dijo. El se pasa una mano por el rostro como para cubrirse del rayo de Sol que le dora las pestañas. Un gesto tan particular como este, le recuerda que es no vidente. El andaba con un paso tan descuidado, ágil y acostumbrado que lo había olvidado. Se arrepiente de haber hecho el comentario.

- Lo es. Es una de las cosas que mejor recuerdo.

Responde con mucha naturaleza.

- ¿Qué fue lo que te sucedió?

- La causa de mi ceguera es un gusano tan pequeño, que no puede ser percibido por el ojo humano. Vivía en Venezuela, y nadé en un lago muy profundo donde tuve contacto con el mismo. Allí fue cuando el mundo se volvió borroso. Fue progresivo. Aunque a ti te puedo ver con bastante claridad.

Eso la hizo sonreír.

- Imposible. Soy invisible.

- No para mí. Yo veo dentro. Uno de los beneficios de mi tragedia.

- Entonces quizás no sea una tragedia.

- La vida es una tragedia.

Con estas palabras la asalta un recuerdo que le hiela el rostro. Sus dedos se aprietan violentamente en un puño, en un intento de apaciguar el dolor.

- ¿Por qué has estado llorando?

Le pregunta. Ya no le sorprende que pueda notarlo, sabe que él es muy perceptivo. Pero no estaba lista para hablar de su dolor con nadie aún.

- No todo puede ser expresado.

Se limita a responderle. El no insiste por un rato, y continúan caminando mientras él canturrea una tonada melancólica. A pesar del dolor que ella siente, no puede evitar sentirse cómoda en un lugar tan pacífico, era éste un momento de solemne encanto. Llegan a la cafetería, que ahora estaba abriendo.

- A veces, un extraño puede ser la mejor de la compañías, porque no te conoce lo suficiente como para estar predispuesto por una opinión de ti.

Le dice, mientras se sienta negligentemente en una silla, que parece ser la que habitualmente ocupa. Una necesidad de contarle la causa de su dolor arde de repente en sus venas. Quizás si le cuenta su secreto a alguien, pueda hallar el reposo que tanto busca. Exhala un gran suspiro.

Mientras ella empieza su historia, él inclina su cabeza para atrás, tomando el talante de un confidente, o más bien, de alguien que está apunto de convertirse en uno, y no está muy seguro de su papel.

Solemos cegarnos insensatamente, ante las cosas que tenemos en frente. Debemos aprender a observar también con el alma.



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martes, 29 de noviembre de 2011

Sotto Voce - Columna para periódico Acento

Pupilas inmóviles por unos segundos, clavadas en otras pupilas, enhiestas e impávidas, discretas y castas,
las miradas pasionales entre dos desconocidos. Los baña el silencio que siempre acompaña a los roces
inesperados, y probablemente los inunda un recuerdo... Esa misma mirada en otros ojos. Y más que el
momento en sí, es precisamente ese recuerdo el que les dibuja en el rostro expresiones un tanto osadas.
Expresiones que describen la honrosa fiereza del instinto humano. Y luego no queda más que revelarlo,
al contraer los labios dilatados, en una sutil sonrisa.

Acudimos a ese llamamiento, tan sencillo e inconfundible, que nos conecta de manera ineludible.

Las pasiones efímeras no son mito.

Tampoco son más que justamente eso, pasiones efímeras, que se marchan en un melancólico suspiro,
o en el rumor de un pensamiento que luego se evapora... Se vuelve eco. Coagula y reposa por siempre
en el olvido, ya extinto de intenciones, ya sin un "quédate conmigo", ya falto de vigor. Pero estuvo. Fue.

Tanto se empeñan algunos en negar algo tan hermoso, evadirlo si pueden. Tanto se dedican otros a juzgarlo.
Al que le teme a la verdad, al que se envuelve en el tabú, sepa, hay muchas formas de calor humano, y todas
ellas son trozos iguales del palpitar de la vida, y la dicha prodigiosa.

Salgan un pronto a ver el mundo... Lo único que realmente le falta es más cariño sincero. Ya no le pongan
etiquetas, no lo enclaustren, no lo pretendan. No lo irrespeten, no lo exageren. No lo vuelvan un contrato.

Después de todo, sentir latidos no es tener corazón.

Tener corazón es sentir cómo se aviva en el alma la sed.

Es abrir la mente, comprender razones ajenas. Saber que a veces los demás no saben lo que buscan, y
tienen el deber de averiguarlo.

La vida nos susurra bajito, en sotto voce, que no estamos hechos para la soledad.

Nos gobiernan indóciles sentimientos. Fugitivos pensamientos. Un abismo cavernoso que se resiste al
cálculo, mientras por un ligero momento, sucumbimos a la indefinible esencia de la naturaleza humana.

Allí, bajo las voces de la pasión y la razón, con ambas siempre en lucha, pero de ambas siempre vencedores,
nos condena la conciencia al anhelo impostergable del fuego que crepita, del misterioso viento que nos
eriza la piel.



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viernes, 25 de noviembre de 2011

jueves, 24 de noviembre de 2011

Tropezar al esquivar la piedra- Columna para periódico Acento

Al discurso público le duele la piel como si alguien le estuviese introduciendo alfileres en las cerradas
costuras de su atuendo. Ha sido agraviado y estropeado hasta convertirse en presagio del vacío, en
mensaje sin efecto, hijo único del implacable propósito de enterrar palabras con más palabras.

Las personas tratan al discurso público como un argumento. No en el sentido de que mediante él se
formule uno, ojala fuera el caso; sino que se valen de él para tener un argumento con un opuesto, para
tener un conflicto. Aquí es donde todo empieza a suceder en paralelo.

Cuando tenemos algún argumento con alguien en nuestra vida privada tendemos a no intentar
comprender a la otra persona, sólo buscar la debilidad en su lógica para poder atacarla. Pero, ¿es éste
el mejor modelo para los intercambios intelectuales públicos?

Esta ruptura de la frontera entre lo público y privado convirtió al discurso en la ficha de dominó que cayó,
y provocó consigo la caída de las demás. Un exilio de esperanzas.

Lo que nos hace sensibles al dolor, es también lo que nos hace sensibles a este tipo de perversidades.
No hay desasosiego que no implique un deseo homicida, aunque nos refiramos meramente al asesinato
del discurso, y su valor.

Los discursos públicos, modelados a manera de peleas, tienen ganadores y perdedores. Si discutes con
tan sólo el propósito de ganar, y no de defender un ideal, la tentación de negar los argumentos que
apoyan a tu contrario, y presentar sólo aquellos que apoyan los tuyos, es muy fuerte. Aceptamos este
modelo de argumentación porque asumimos que podemos detectar cuando alguno está mintiendo.
Pero no podemos... No a ciencia cierta.

Si el discurso público es una pelea, cada cuestión discutida debe tener dos versiones, dos lados de la
moneda. Es crucial que haya otro lado. Esto, porque se cree que la oposición nos dirige hacia el
conocimiento. Es decir, que cuando ambos lados discutan la verdad se manifestará, en forma de
provechoso aprendizaje. Pero los lados extremos son los que se presentan a la discusión. Es un mito
eso de que la oposición lleve a la verdad, cuando la verdad no reside en ninguno de los lados extremos,
sino que se encuentra en el complejo centro de ambos... Pero el enfrentamiento de los extremos es lo
que entretiene.

El aspecto más peligroso de modelar un intercambio intelectual a manera de pelea es que éste contribuye
a una atmósfera de animosidad que se propaga rápidamente.

Hace falta retomar el pensamiento crítico como base para el discurso público. Permitir que éste tome valor
por su contenido, en lugar de invertir esfuerzo, tiempo y creatividad en mostrar las debilidades de los
demás como forma de hacerlo más ventajoso; que no es igual que hacerlo meritorio, dicho sea.

Entiendo que es la responsabilidad de los medios representar las oposiciones serias cuando éstas existen,
y que los intelectuales deben explorar debilidades contingentes en los argumentos expuestos. Pero cuando
el deseo de oposición se vuelve abrumador, y exalta los lados extremos hasta oscurecer complejidades y
anteponerse a lo realmente importante... Cuando nuestro afán de encontrar impotencias en los contrarios
nos impide valernos de nuestras fortalezas propias, entonces nuestra forma de argumentar está sofocando
oportunidades de evolucionar el pensamiento, y el discurso público permanecerá siendo intelectualmente virgen.

Será como tropezar al esquivar la piedra.



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martes, 15 de noviembre de 2011

Fecunda sinfonía - Columna para periódico Acento

Por mucho tiempo me he resguardado en el silencio... El hogar perfecto.

Sólo él sabe guardar secretos. Sólo en él, cabe la interpretación. Ha sido él la cuna de mis mensajes más
importantes. Y ha sido él, mi único intento en el mundo de la diplomacia.

En el silencio he cometido mis crímenes más atroces... He sabido deformar anhelos hasta su punto más bajo,
el cálculo. He sabido saborear actos anticipados. He tenido sueños que no pueden ser otra cosa más que
propiedad privada.

En el silencio, y su fecunda sinfonía, he podido apreciar verdaderos amaneceres que poco tienen que ver con
el Sol; y he podido desnudarme ante mi misma, aunque duela... El único dolor que disfruta uno, el dolor de
la verdad.

Además, es el silencio, el único lugar fuera de la multitud en el que toma un descanso la identidad.

Es donde duermen inertes las semillas de algunos pensamientos, incubadas y arrulladas en las entrañas de
la tierra, sin salir hacia la superficie a transformarse en frutos.

El silencio conoce también, el espacio que hay entre la idea y la forma. El sabe de la tempestad que no
abandona mi cabeza. Es el único lugar donde logran mi insomnio y mi imaginación procrear libremente en
feroz maridaje.

Sólo en el silencio se escuchan claramente los latidos, y se conoce el ritmo exacto en el que transita la sangre
con pletórico empuje por nuestras venas.

El silencio les puede describir las miradas más tristes que recuerdo, y las sonrisas más tontamente alegres.

Del silencio se sostienen las promesas incumplidas. Los repentinos cambios de opinión. Y el olvido.

Con él, y una mirada, nos han dado muchas buenas y malas noticias.

Desde el silencio nos acecha sigiloso, el tiempo.

En el silencio puedo darle un baño a mi alma.

Pero sucede que hoy, para variar, quiero ruido.

Por vez primera, el silencio no dice suficiente...

Quiero una nueva melodía, que no me traiga ningún recuerdo.



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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Pantomima y artilugio - Columna para periódico Acento

Un niño al que quiero mucho, le vendieron un yoyo...

Y su yoyo, como todo objeto que funciona verticalmente, en especial uno que funciona también
de manera inclinada, crea una sombra en plena luz, que no se llena ni de ideal, ni de historia,
ni de propósito. Pero las sombras son sólo perceptibles cuando hay luz, y últimamente es
como si la luz nos viera, y se regresara por el túnel que llegó.

En fin, que el niño subía y bajaba su yoyo creyendo que se divertía, sin poder percibir esa
sombra, hasta que un día el yoyo se le escapó de las manos. El niño, pensando inocentemente
que tan sólo lo había dejado caer, se hincó con el propósito de recuperarlo, y al hacerlo,
aunque creyó haber cumplido su misión, tan sólo cumplió sumisión... Porque de lo que el
niño no se había dado cuenta, es que todo este tiempo era el yoyo quien jugaba con él, y que
su único interés lo decía su nombre.

¿Adivinen quién es el niño?

Esto que hay entre el poder y la corrupción fue amor a primera triza.

El movimiento del yoyo no es más que una pantomima, y el yoyo en sí, es tan sólo un artilugio.

El verdadero culpable es el niño, que se dejó vender el yoyo. Pero el niño es niño... Y quizás
sólo lo hizo porque al mirar el cielo creyó que su color azul era infinito, al no haber estudiado
la atmósfera. En cuyo caso no sería culpable, sino víctima.



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martes, 25 de octubre de 2011

Un vagabundo, un trotamundo, y un moribundo (Última parte) - Columna para periódico Acento

Llevamos al moribundo a una casita humilde y cercana, la de una enfermera que él conocía. Me cuenta que es una amiga de infancia, siempre dispuesta a darle una mano cuando se lastima en sus travesías callejeras. La herida que tenía el hombre en el pecho no se veía nada bien. La enfermera nos ofreció un poco de su cena, mientras ella se dedicaba a asistir al paciente.

- Me gustaría poseer una puerta, que le pudiese cerrar con fuerza en el rostro.

Me murmura el vagabundo, con arrugas de rencor en la frente.

- ¿Qué te ha hecho este hombre?

Le pregunto.

- Es lo que no ha hecho. Este moribundo que ves, tiene por nombre Diego. Me pasa por el lado todas las mañanas, y siempre actúa como si no me conociera.

- Pero, ¿sí te conoce?

- Me conoció bien alguna vez, cuando yo aún tenía nombre.

- Ah, ya veo. ¿Y cómo lo perdiste, tu nombre?

Me dirige una mirada impaciente.

- No interesa cómo, sino cuándo... El día que me encontré. En fin, Diego para mí dejó de ser Diego, el mismo día que yo dejé de ser quien creí que era, porque ese día, al perderlo todo, también perdí su estima. Por más que deshilé razones, no encontré ninguna valedera para merecerlo. Pero ya no importa, no extraño nada que la vida traiga o se lleve.

- Si es así, ¿por qué quieres esa puerta?

Permanecemos en silencio unos minutos, terminando de cenar. Luego me pregunta:

- ¿Y tú, para qué te paraste por tanto tiempo frente a un tren que nunca abordarías?

- Quería irme a un lugar lejano, empezar mi camino interior.

- ¿Y para qué tienes que irte lejos a encontrarte a ti mismo?

- Fue lo que comprendí cuando te vi, razón por la que no abordé. Percibí que pasabas por lo mismo que yo.

- Y seguiré pasándolo toda la vida, porque no quiero conocerme.

- ¿Te temes?

- No es temor. Es lo que soy, un habitante del tiempo... Del color y forma de una circunstancia muy cambiante.

- Lo sé, es esa precisamente la sensación que me inquieta. Continuamente siento que he sido otro. Mi pasado es un sueño ajeno.

- Apuesto a que no todo tu pasado te es ajeno. Algo debes recordar que te resulte producto de tal cual eres ahora. A pesar de que no eres el mismo, sigues siendo tú en todo momento.

- Por un tiempo quise pensar que lo que soy ahora es un progreso de lo que he sido. Es cierto lo que dices, pero entonces, ¿dónde está el progreso si siempre seguiré siendo el mismo que soy ahora, a pesar de que me sienta distinto? ¿Cómo es posible avanzar hacia lo que ya soy? ¿Cómo conozco hoy a la parte que desconozco, sin sentir que me extravío de mí?

- No puedes. Pero de todos modos, el objetivo es extraviarse. Entrar en un devaneo con el sentir y el pensar, a sabiendas de que ya todo se ha sentido y se ha pensado alguna vez, por lo tanto, ser más prácticos en el proceso. Ese es el único progreso.

Intento comprender, pero se me hace difícil. El vagabundo suspira exasperado, y continúa explicándome.

- Mira, el que tanto se preocupa por conocerse, termina por dejar de conocer lo que le rodea, que es igual de interesante, porque te influye. Puedes conocerte a través del exterior. Este paisaje, por ejemplo.

Me dice, señalando las montañas.

- Lo has visto antes, pero nunca lo habías apreciado hasta ahora. Esa simple acción, conlleva un cambio en ti. Transmutaciones como esa ocurren a cada rato, y la mayoría de ellas pasan desapercibidas, colándose sólo en lo abstracto de nuestra personalidad. Por eso, no sentimos el cambio en nosotros mientras ocurre, sino luego de que ya ha ocurrido. Y al percibirlas, seguimos sin sentir el cambio. Lo que sentimos es el transcurso del tiempo.

- ¿Entonces, qué me dices? ¿Que cada uno de nosotros es varios?

- Exacto. Dentro de nosotros mismos, hay muchas especies, pensando y sintiendo de manera diferente. Cada especie es una versión de ti mismo, una prolijidad de tu total. Por ende, nunca te conocerás. No completamente. La versión de ti que conozcas pronto será sustituida.

- Siento que sólo podré tocar orillas de mí.

- Sí, pero desde las orillas, te puedes ver en el fondo, aunque sea en la distancia.

Diego gime de dolor. El vagabundo me dice con un tono apenado, que me extraña, conociendo el resentimiento que le guarda a aquél hombre:

- No hay nada que puedas hacer por él. Diego es un moribundo desde hace mucho tiempo. Decidió caminar indolente, peor aún, caminar imponiéndose una personalidad que no era suya. Pretendiendo ser otro. Esa sí es una muerte triste.

- ¿Por eso se separaron?

- El día que perdí mi nombre, el día que me encontré, no lo hice por sentir que sabía quién era, sino precisamente, porque sentí que no. De la versión de mí que conoces hoy, me separo mañana. Diego vive en un estático mundo que ni siquiera es propio. Lo creó para los demás. Yo vivo en un mundo interior sucesivo y diverso. Diego, aún sobreviva, seguirá muriendo.

...................................................................................

Todos somos viajeros.

Todos compartimos la única, auténtica casa.

Todos morimos un poco, cada minuto que pasa.



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martes, 18 de octubre de 2011

Un vagabundo, un trotamundo, y un moribundo (Parte II) - Columna para periódico Acento

- ¿Puedo acompañarte?

- No sé para qué me pides permiso, si ya era decisión antes de ser pregunta.

- Cortesía, supongo.

- ¿Te parece que me interesan las cortesías?

- Curiosas palabras, viniendo de quien se detuvo a pasarme las monedas que acabo de dejar caer.

- No fue un gesto cortés. Nada tuvo eso que ver con las monedas, lo sabes.

Hice la pregunta porque había en ella promesa de aventura, un trepidante camino de experiencias y encrucijadas. Yo fui quien lo abordó, yo fui quien lo siguió. Pero era él quien lo quería.

Y yo lo que quería, era saber por qué.

Pero nada de eso se lo dije.

Luego de un rato caminando en silencio, se detiene y gira. Estamos frente a unas montañas, con nubes que estrangulan sus cimas. Un paisaje visceral, que hace al espectador quedarse desnudo frente a su propia naturaleza. Saber quien eres es un universo al que despiertas, no que tienes que aprender.

Pero este paisaje no es un lugar completo, es un lugar que nos está escuchando. Duele. Igual que duelen las hojas en blanco... El dolor que precede a un bien estar.

Hay algo llamado frontera, y hay una frontera en cada cosa llamada. Es incluso el propio lenguaje, una de las vías principales de comunicación, el mismo que nos limita. Por eso el largo silencio durante la caminata... Intenta decirme algo.

Creo entender... Encerrarse en la prisión que es el vestirse de una nacionalidad específica es algo casi jocoso, frente a un paisaje como este. Un artífice normalmente indiscutido como ese, pasa a ser algo marginal, y sin importancia. Todos somos del lugar que queremos. Somos de cualquier y toda parte. En fin, que ando con un vagabundo.

Sonríe, explorando el secreto territorio de mis pensamientos. Sabe que lo he entendido.

- Aquí dormiremos hoy. Continuaremos mañana.

- ¿No tienes hambre?

- Sí, pero hace mucho dejé de sentirla.

Me lo dice con cierto abatimiento.

Lo observo nuevamente, esta vez reparando en su físico. Un hombre de ademanes voluptuosos, envolventes, abrasadores. Rasgos gitanos, tez negra, ensortijado cabello de humo. Sonrisa vigorosamente frágil, reflejando los infinitos matices del claroscuro de la vida.

- ¿Dónde podemos cenar?

- Conozco un lugar cerca.

Hacia allí nos dirigíamos con anticipación, cuando escuchamos un grito de auxilio. Desconcertado, busco a mi alrededor su proveniencia. Veo a corta distancia, un hombre tirado en el suelo. Me acerco de prisa. Analizo la herida que tiene en el pecho, y su mirada desesperada que no deja el mensaje a medias.

- Ayúdame.

El vagabundo viene hacia nosotros, más tranquilamente. Hecha un vistazo, y parece reconocer al hombre.

- Tranquilo viejo, sólo estás muriendo.

Le dirijo una mirada cortopunzante.

- Debemos ayudarlo.

Suspira.

- De acuerdo.


http://www.acento.com.do/index.php/blog/2008/78/Un-vagabundo-un-trotamundo-y-un-moribundo-Parte-II.html

jueves, 13 de octubre de 2011

Un vagabundo, un trotamundo, y un moribundo (Parte I) - Columna para periódico Acento

(Sirva como apertura la presente columna, a una sucesión de las mismas que dedico a todo
el que anhele viajar a un lugar extraño y lejano, para encontrarse a si mismo. En especial, a
esos que están frente al tren con su boleto en mano, y no logran montarse.)

Iba a abordar el tren, lo juro. Estaba apunto de hacerlo... Cuando de repente me vi del otro
lado del andén. Nos reconocimos al compartir accidentalmente una mirada perforada y sentida.
De esas que te abren la vida, y hacen que arda, palpite, y desgarre. En fin, que mi error, como el
de muchos, fue pestañar. El mundo se cerró entre mis párpados, y al abrir ya no lo veía. Pero él
era yo. Y yo era él. Ambos lo sabíamos.

Aquella mirada infalsificable dejó en mi una oquedad... ¿Cómo podré subir ahora a este tren?

Antes de responder la pregunta ya el tren se había ido.

Aún con la sensación de vacío, comienzo a andar el laberinto, que según mi ingenuo juicio, me
llevaría a mi otro yo. Un laberinto que se prolongaba con cada paso. Era frustrante. Deseaba poder
meterme la mano en el bolsillo y sacar otro momento, uno cualquiera, en el que aún no hubiese
descubierto esa mirada.

Rompe mi silencio un sonido familiar. Monedas cayendo en el asfalto. Y ahí está de nuevo.
Yo... El... Pasándome las monedas que dejé caer de mi bolsillo.

Puedo verlo de cerca. Confirmo en su semblante, el mío. Nada tenían que ver nuestras cadenas de
ácido desoxirribonucléico con el hecho ser tan parecidos. No desviaría de mi camino por algo tan
intrascendente como las facciones. No... éstas son similitudes de otras densidades. Intento hablarle
para evitar que escape. Débil plan, que no sé cómo, logra cumplir su cometido.

- ¿Cómo te llamas?

- No tengo nombre.

Su voz era gruesa. Honda. Contaba más de lo que decía con palabras. No quiere decirme su nombre...
Es entendible.

- De acuerdo... ¿De dónde eres?

- De aquí, igual que tú.

- No, yo sólo estoy de paso.

- ¿Qué no estamos todos de paso?

- Pensé que eras de aquí.

- Este es mi hogar.

- Pero estás de paso.

- Estrecho o expando mi hogar, tanto como estreche o expanda a sus anchas el mundo.

Comienzo a entender. Me pregunta:

- ¿Hacia adónde vas?

- No lo sé.

- Pero solías saberlo, hasta hace poco. Pude verlo.

- ¿Qué viste?

- El cambio de trayectoria.

- No tengo una trayectoria en este momento.

- Bien. Es el mejor comienzo.

Sin más, se va.

Y yo, por supuesto, lo sigo.



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martes, 4 de octubre de 2011

Se escribe elegir, se pronuncia renunciar - Columna para periódico Acento

Un sujeto sin pronombre se halla detenido, frente a una bifurcación en su camino.

A este sujeto nadie le preguntó si quería estar allí. Sólo lo estaba. Llegó a ese nudo de
incertidumbres en una especie de impromptu. Intentó demorar el momento pero eso no
le sirvió más que para cuantificar un tiempo de transcurso inevitable.

El caso es que estaba allí, frente a una impaciente y quejosa bifurcación, solo.

Debía elegir, y esa elección implicaba renunciar.

El sujeto exprime sus recuerdos en busca de alguna señal que le muestre la senda correcta,
pero sólo termina por concebirse como un ave sin posibilidad de vuelo... Por emplear
palabras suaves.

Miró a su alrededor, en busca de alguna presencia muda que pudiese ayudarle. Después de
todo, ¿qué clase de existencia es la nada?

La nada no existe.

Percibe un silencio que lo acompaña. Y trozos de un alma... La suya. Aparte, una valija.

Dos vías. Dos promesas de peripecias. Dos riesgos.

Al este, terreno llano y hojas secas. El sujeto se imagina andando por aquel camino como
tren entre la niebla, con fotos, olor a café, ciertas satisfacciones, aunque nunca completas.
Ve cosas dejadas a un lado... Libros, miradas, cálidas compañías. Advierte en el camino, un
fusilamiento de ideas. Un reloj aterido a las seis. Distingue abandonado en el suelo un paño
húmedo de lágrimas y anestesia. Aprecia la rigidez, y seguridad que brinda el camino. También
los vientos fríos. El sujeto se acerca. Crujen las hojas, y de repente todo desaparece.

Retrocede rápidamente. Otra vez en el nudo.

Al oeste, relieve irregular y cicatrices. Etapas, en lugar de ciclos. Impulsos absurdamente
elocuentes. El murmullo de una cañada. Una ventana abierta. Huellas indelebles. Amaneceres
anhelantes. Distancias. Quizás no libertad, esa palabra es muy grande, pero sí cierta soltura...
Suficiente espacio. Líneas borrosas. Un timón. Consciencia del desconocimiento. Incógnitas
y curiosidad. Lucha. Profundidad. Perspectiva. En esta dirección, nada es predecible.

Toma la valija. Sonríe descaradamente.

Esta elección depende, sobretodo, del sujeto en cuestión.



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jueves, 29 de septiembre de 2011

El árbol que creció al revés - Columna para periódico Acento

Esta columna no me dará de comer. No me quitará el frío. Ni el temeroso deseo de ser feliz.

No podré con ella hacer que otro decida vivir... O que entienda algo que no ambicione entender
por sí mismo.

No me ayudará a sofocar aquellas luces que no deben permanecer encendidas. Ni podré con
sus letras jugar a nunca haber perdido mi inocencia. No curará el dolor que me comprime el
pecho, no me acercará a los ausentes, ni me permitirá susurrar a los oídos.

Con esta columna no podré cruzar los mares, que me alejan de tantos mundos maravillosos.
No podré levantar a esta ciudad de las nieblas espesas en las que se sumerge. Tampoco
conseguiré infundir en otros, el aliento de mi propio cuerpo.

No me sirve de techo. No me quita la fiebre. No me apacigua el deseo.

No podré a través de ella, despojar a la belleza de su mentira, ni al impulso de su verdad.

No me provee nada.

Al contrario: Esta columna me lo quita todo.

Los pensamientos que poseo, por su causa me abandonan. Se van con otros. Se vuelven
adúlteros y mestizos.

Y sin embargo, esta columna... Más aún, las letras como tal, sin ofrecerme nada aparente
me toman por completa. Sin ellas, sin su roce, sin su escape, aunque me quedara vivo el
cuerpo, yo estaría muerta.

Y así, al crear conciencia sobre esa realidad, me convertí en el árbol que creció al revés.

Ese que no busca como sustento, lo mismo que los demás. Ese que no teme a la indiferencia
de las piedras. Ese que no busca el resplandor del Sol. Sino aquel que se contenta con admirar
la forma que toman sus ramas y raíces mientras van palpando lo desconocido, el camino menos
transitado. Aquel que será hogar para las aves sin nido. Aquél, poseedor de frutos que no se
empuñan con las manos. Ese árbol torcido, impar y solitario, que en otoño al quedar desnudo,
sigue sintiéndose complacido porque lo enorgullece su tronco, y no sus hojas.



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jueves, 22 de septiembre de 2011

Encontraron vivo el cadáver

Han pospuesto el entierro.

Era tan poca la esperanza de mejoría, tan mínima la expectativa de vida, que quise rendirme,
y abandonar la lucha. Por eso, la situación me tuvo sin cuidado por un tiempo. No fue cuestión
de orgullo, fue cuestión de dignidad.

Ella me descuidó a mí por mucho más tiempo aún.

Pero hay que hacer un esfuerzo para refinarse más allá de eso, y ver que no fue su culpa. A la
educación, quizás en defensa propia, le toca hacer de espejo, y ponernos cara a cara con su
asesino. Ser reflejo de quién instaura sus corrientes y conductas.

Su féretro son nuestras pupilas.

Por supuesto que ella no es la culpable.

Hacia los verdaderos culpables nos dirigimos, con el indebido respeto, para cosas simples y
sencillas como dar los buenos días. Los buenos días... Puede ser una vaga posibilidad, pero
creo que más bien es evidencia de haber oprimido el botón equivocado, una alteración de la
consciencia, o amnesia.

Buenos días serán aquellos en los que el silencio deje de rechinar. Aquellos en los que, los que
no puedan alumbrar sus hogares con un bombillo, esperen al Sol para iluminar las páginas de
un libro. Aquellos en los que un sistema abstracto deje de modificar los pensamientos. Aquellos
días en los que el corazón de nuestra educación, ese músculo sobrecargado de nuestras carencias,
deje de latir sin fuerza.

Esos débiles latidos, son lo único que tenemos para saber que verdaderamente, aún vive. La única
prueba de que este estancamiento obligatorio, es sólo un punto medio entre lo que fuimos y
seremos, que en lugar de llamarse presente, debería llamarse ausencia. Una ausencia de tantas
cosas... Pero sobre todo, de educación.



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domingo, 11 de septiembre de 2011

El letargo - Columna para periódico Acento

¿Qué es más real, la sombra que proyectan nuestros cuerpos, o la luz que al tocarnos la produce?

¿Es más real un sentimiento, o el proceso biológico que nos permite registrarlo, sentirlo?

¿Es acaso más real el presente que el futuro?

Nos hemos acostumbrado a sentir tanto lo falso como lo verdadero.

Basta que apreciemos con cualquier sentido nuestro entorno, para comprobar la gran cantidad de contextos
contradictorios que descansan dentro y fuera de nosotros mismos. Opiniones y procedimientos inconciliables,
que combinamos en la misma forma en la que combinamos el vinagre y el aceite para una vinagreta, y que
por lo tanto conforman, todos, un solo mundo.

Lo correctamente imaginado se sostiene con igual fuerza, y se dibuja tan nítidamente como lo real.

Son muchos los corazones que se han detenido a lo largo de los siglos, a causa de una bien elaborada mentira.

Tanto han manipulado, y han jugado con nuestras mentes, con las reglas, con la historia y las fronteras, que
hemos perdido la distinción humana, si es que alguna vez la tuvimos, entre la verdad y la mentira.

Yo conozco ideales que se sienten más reales que personas que andan por las calles con un paso arrastrado,
aburrido, y sin personalidad. He sido testigo de esperanzas con una individualidad absolutamente humana.
Y también hombres que no saben quiénes son, ni qué aman, ni qué buscan. Incluso, algunos que tampoco les
interesa saberlo.

Y entonces, ¿dónde está la línea que divide ambos planos, el real y el imaginario?

¿Se le considera a algo real por el hecho de que sea palpable, o visual? ¿Puede ser real un sentimiento, o la luz
y la sombra, o el presente y el futuro?

¿Quién o qué tiene la potestad de indicar cuál es cuál? ¿Bajo qué parámetros y lineamientos? ¿Tendrá alguien la
respuesta a este acertijo?

¿Existe alguna clave para despertar de este letargo?

Estamos todos ciegos.


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sábado, 3 de septiembre de 2011

La niña interior - Columna para periódico Acento

No le importaba qué tan arrugado estaba su vestido, o qué tan alborotado su cabello...
Ella danzaba ligera y sencilla, entre olivos y sueños. El movimiento de su baile me contaba
su historia, o me leía su epitafio, que es igual:

"Aún no comprendía el amor, ni las despedidas, aunque era evidencia material de ambas."

Era tan sólo una niña cuando se la llevó el viento, pero así la recuerdo, bailando con el corazón
más alto que su cuerpo. Ella siempre supo que vendrían temprano a recogerla, le tocó pisar una
trampa conocida... Pero yo, aunque también lo sabía, me abracé a mentiras. Me sumergí en un
espacio donde la irrealidad calló al tiempo.

Esa ilusión tenía fecha de expiración, y luego me costó guardar bajo la almohada todo lo que había
visto, o sentido alguna vez, y arriesgarme a descubrir nuevos refugios de verdades tumultosas.

Son tantas las historias que les pudiera contar, pero son más aún las que he de callar. Las que han
de ser transmitidas únicamente de mirada en mirada.

Cuando finalmente llegó aquella noche inclemente en la que creí haberla perdido, llovieron máscaras.
Todo se volvió transparente, y entonces, desnuda de cualquier apariencia o rencor lo único que quedó
fue el amor. Allí supe que nunca la extrañaría, porque no la dejaría irse muy lejos. No realmente.
Guardaría por siempre a mi niña interior.

El amor es eso.

Una llegada, una ida.

Una historia. Un recuerdo. Pero sobre todo, un apego.

Y el sentimiento que lo respalda.



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domingo, 28 de agosto de 2011

Un examen individual - Columna para periódico Acento

¿Qué descubrió el personaje principal sobre sí mismo, la noche anterior al desenlace de su historia?
Necesito saberlo para responder a la pregunta de mi examen.

Estoy pisando varias raíces de una misma hipótesis... La respuesta es alguna de las siguientes:

a) Se percata de que es otro, distinto al que aparenta.

b) Se percata de su vocación de silencio.

c) Se percata de que su silencio habla suficiente por sí mismo.

d) Se percata de que en su vida todo fue improvisación.

e) Se percata de que nunca supo nada.

Hasta el momento, sólo uno del grupo ha logrado responder el examen, que consiste en una única
pregunta, pero no comparte la respuesta con los demás. Sólo nos dice que escojamos la más completa.
Todos escogen la más larga.

Yo escojo la más corta: e) Se percata de que nunca supo nada.

Respuesta correcta.

La respuesta más completa será siempre la más simple.

La noche anterior a cualquier desenlace, en donde el personaje principal ya no necesita de razones para
continuar un camino que pronto termina, de lo único que puede percatarse es de que nunca supo nada.
Todo conocimiento que alguna vez obtuvo, se divide. Una parte quedará plasmado en su legado al mundo,
con el propósito de heredarse. La otra parte, el residuo, se irá con él. Así de vano y vacío, es el proceso.

Miro a mi alrededor, y me doy cuenta de que todos los exámenes son diferentes. Sólo nosotros podemos
llenar el nuestro... Es un examen individual.

Todo va cobrando otro sentido. ¿Acaso no es la vida, la mayor de todas las pruebas? ¿Somos o no nosotros,
el personaje principal de nuestra historia?

Dos realidades paralelas.

Y tú, ¿qué descubrirías de ti mismo esta noche, si fuese la anterior a tu desenlace?

El que sepa la respuesta, que no la comparta.

El que escoja la más larga, que detalle porqué.

Y más importante aún: ¿Cuál sería la pregunta de tu examen?



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domingo, 14 de agosto de 2011

Pequeño paréntesis - Columna para periódico Acento

(Creo intensamente en el poder de la palabra.

Si no lo hiciera, no pudiera escribir.

La palabra posee una envergadura que es ignorada y menospreciada por muchos; peor aún, es
completamente desconocida por un inconmensurable conjunto de personas. La palabra nos
permite crear pensamientos, dibujar opiniones, dar luz a una conciencia propia. La palabra es
el cambio. Es acción. Es el camino, es la manera.

Pero no me hagan caso a mi. Mejor tómense unos minutos, y miren a su alrededor. Si la palabra
no posee fuerza, que por favor alguien me responda entonces ¿Porqué le temen tanto los entes
que intentan acaparar, controlar, e implantar ideologías? ¿Porqué las censuras, las restricciones?
¿Porqué la recolecta y quema de libros? ¿Porqué el exilio de escritores, reporteros, pensadores,
o incluso su muerte?

Porque la palabra es peligro. Está grabado en la historia una y otra vez, la palabra influye. Pero
el hecho de que esta desencadene o no cambios no es decisión de los escritores, sino de los
lectores, y su deseo de hacerlo.

¿Quieren saber lo más triste de esta realidad, la nuestra?

Hoy día las censuras no son necesariamente impuestas por un sistema o medio, las peores
restricciones son implantadas por nosotros mismos. La palabra ha sido devaluada, quizás de
manera paralela a la pérdida de valores que acontece en el ser humano. Somos responsables de
la incredulidad que danza descaradamente alrededor de la palabra, ya que ésta ha sido irrespetada,
incumplida, hasta el punto que ya nadie las cree ciertas. Ha pasado a ser una excusa, un pretexto,
un disfraz de las verdaderas acciones, sumergiéndonos en la miseria cultural que intenta esconder
nuestra pomposa sociedad con promesas de desarrollo y progreso.

Me inquieta la gran proliferación de la palabra escrita que gracias a nuevas tecnologías es posible,
cuando me percato de la creciente desconfianza y escepticismo de los lectores frente a esas
publicaciones debido a una sobreproducción que no se preocupa por estándares de calidad, sino
que se ha convertido en un vulgar negocio de ventas sin responsabilidad ni principios.

Sin nuestra cooperación, las palabras solo ocupan espacio.

No se olvide que la palabra escrita, siendo bien utilizada, es nuestra mejor arma. Puede viajar más
lejos y escucharse más alta que nuestras propias voces.)



http://www.acento.com.do/index.php/blog/1402/78/Pequeno-parentesis.html

lunes, 8 de agosto de 2011

El deshielo - Columna para periódico Acento

Tocan la puerta. Espero en silencio.

Sé quién es.

Sabe que estoy aquí... Que le ofrezco lo poco que tengo, y no son pretensiones, ni diplomacias.

Es un duelo de emociones. Un deshielo.

Aún así, la sociedad se permite traspasar mi puerta. Adentrar mi hogar.

Viene vestida de diversos colores, variados perfiles, distintos semblantes. Pero yo ya conozco
suficiente los anchos desastres de corazones estrechos, y no les doy la bienvenida.

Prefiero permanecer aquí tranquila, con el rostro apoyado en la mano, y el codo apoyado en el
marco de una ventana... Recordar algo lejano, suspirar, abrir un libro.

Llegar del fin, e ir hacia el principio, para tener una mejor perspectiva...

Y si pudiera, evitar entrar por vez primera a este almacén de idiosincrasias del que constantemente
intento salir. Ay, entre sueños te veas en un lugar como éste. Es el punto ciego de la naturaleza
humana: un error de apreciación, que acribilla el sentido de lo trascendente.

Cada día la sociedad me mira a los ojos, como me los mira ahora... Retándome a escapar de ella.
Y yo lo intento, para buscar otro lugar donde meter la vida.

Llegaría a aquél lugar cargando heridas, pero esas heridas me harían mucha compañía. Serían mi
brújula de orientación, para saber hacia dónde caminar entre la niebla.

Pienso que es algo muy hermoso, eso de tener voluntad de sentir, de buscar lo verdadero, de
conocerse. El ardor de una lágrima en la mejilla. El retorcijón de las nostalgias anejadas por los
años. La balada del silencio. El solitario tránsito por un pasillo del alma. El salpicar de las sonrisas.
Así como las emociones sin razón de ser, esas que se tejen sin hilo.

Diferenciar en un espejo, nuestro reflejo de entre los demás, es cosa fácil... Pero intenta reconocer
tu sombra de entre las otras sombras.

Cimbremos las reglas de la sociedad un poco, hasta que todo deje de ser ineludiblemente un ascenso
o un descenso. Dejemos de ser criaturas cautivas.

Después de todo, es el océano mismo el que detiene la continuidad de la isla.



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sábado, 30 de julio de 2011

“Quiero mi final” - Columna para periódico Acento

Andaba entretenida, analizando con insaciable avidez los misteriosos parecidos que hay en las cosas
distintas, cuando de repente, vi algo que me hizo doblar bruscamente una esquina de mi pensamiento.

Una viva luz, que venía hacia mí por una puerta entre abierta.

Yo, invenciblemente atraída por aquella puerta entre abierta, y tan cerca que podía tocarla con sólo
extender mis brazos, alimenté mi curiosidad. Detrás de la puerta descubrí uno de esos pequeños cafés
que se meten en todas partes.

Sólo había una persona en el lugar. Un señor que frisaba en los cincuenta años, con bigote retorcido, y
facciones que le daban aspecto de firmeza. Junto a él, reposando en la silla de al lado, un oxidado fusil.

Ya nunca lo nombraba, casi lo había olvidado, pero al verlo lo reconocí en seguida. Era la misma fisonomía,
la misma actitud. ¿Era posible que existiera tal semejanza?

Mi entusiasmo era más fuerte que mi escepticismo. No, no podía confundirlo. Nuestra existencia ha sido,
por así decirlo, común.

Una fuerza más poderosa que la verosimilitud, tan fuerte, que incluso reta a la razón, me oprime los
recuerdos, e insiste: "Es tu personaje."

Se desató en seguida el nudo de la intriga.

Antes de pensar dos veces lo que hacía, giré sobre mis talones y me dirigí hacia donde se encontraba el
señor. La sangre asomaba a mi tez.

Él percibió mi presencia. Su mirada se deslizaba en mi dirección, y no me prometía una hospitalidad muy
halagüeña. Se encontró con la mía, y ensombreció, así como un lago sobre el cual pasa una nube negra.
Adopté, pues, la resolución irrevocable de contarle las razones de mi abandono involuntario.

La nuestra había sido una relación muy pasional. Nunca fuimos ciertamente, moderados en nuestros
placeres. No supimos detenernos a tiempo. Ni de límites. Fuimos exagerados en los goces y en las penas.
Con frecuencia dimos lugar a críticas, pero estábamos llenos de ardor, y de fuerza, buscábamos un poco
de indulgencia. Compartimos mucho tiempo, a veces lo atesoramos, otras lo malgastamos, según el gusto
y el momento. Mi corazón palpitaba por sus episodios, y se estremecía por sus peripecias. Él dependía de
mí, pero yo, mucho más de él.

Me señaló la caja que tenía en frente, sobre la mesa. Dentro, hojas de papel y tinta me dieron la bienvenida.
Sé que cayeron tres diamantes sobre aquellas hojas, lágrimas luminosas, que me hicieron ver qué hondamente
mío eran los silencios suyos.

Como si estuviese dentro de mi cabeza, me susurra con su voz aflautada y triste:

- "Quiero mi final."



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jueves, 28 de julio de 2011

Evolucionemos entonces - Columna para periódico Acento

Imaginar es un lento delirio que te permite zurcir al mundo con la mirada, logrando vindicar la realidad
a golpe de ideas. Una fuerza que se apropia de lo inobjetable.

Estar alerta al intentar imaginar es un lastre. La consciencia terminará impregnando tu mente del pálido
paisaje que te rodea. Y si no te parece pálido, es porque nunca has imaginado.

Cerrar los ojos tampoco servirá de nada. Todos los humanos, bípedos complicados al fin, podemos soñar.
Pero pocos podemos imaginar.

Visualizar lo que muchos condenan a ser inconcebible, es la mejor manera de ausentar lo cercano, y acercar
lo ausente. Producir una imagen donde propongamos ideas disímiles simultáneamente… Lograr conectarlas,
pero sin mezclarlas, amarrarlas una a la otra con igual integración y nitidez, hasta dar luz a un híbrido, un
avance, o un invento. Por ésta razón entiendo que aunque en el Universo todo es absurdo, imaginar es, lo que
menos lo es.

Los cinco sentidos no son los únicos, ni los mejores medios para percibir la verdad, teniendo en cuenta que
ésta no necesariamente avisa una realidad explícita. Siempre que entro en contacto con ella, lo hago cuando
pondero en aquél lugar que se oculta detrás de la frente. Un retorno innombrable a mí misma. Un andar a
tientas, un descubrimiento. Y aunque es esa una sensación fascinante, la confidencia de la verdad nos
revela únicamente lo existente, por más imperceptible, o etéreo que sea. Yo intento hacer referencia a todo
lo contrario. Aludo a aquello que pudiera ser existente, pero no lo es todavía.

Aludo a la creación.

A las ideas con individualidad, y falta de custodios.

Hay mentes sobre las que pesa, casi de manera física, la falta de ambición de otras. La falta de curiosidad.
El sedentarismo intelectual y artístico. Esto me sucedió en tiempos.

Hoy no me sucede, he aprendido a aceptar.

Pero sí continúo urgiéndoles: imaginen. Perder la inocencia, no es sinónimo de perder la niñez,ni las ganas
de seguir descubriendo las posibilidades e imposibilidades del mundo.

La imaginación acarrea consigo cambios, y los cambios, evolución.

Evolucionemos entonces.



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domingo, 17 de julio de 2011

Idealista empequeñecida - Columna para periódico Acento

-A pesar de todo, somos un pueblo bueno de corazón.

Todos asentían con cierto orgullo, pasando por alto ese “a pesar de todo” con el que yo, cargaba ya.

En una época de tantas carencias, muchas de ellas menos perceptibles de lo que se piensa, las
personas deciden adoptar la indiferencia por modo, y la contemplación por ocupación.

Si a usted también le perturbó a primera instancia ese “a pesar de todo”, tengo para informarle que
somos sólo unos pocos pares, pero somos suficientes. Siempre que haya al menos uno que defienda
a rostro alzado sus ideales, será suficiente.

Vivir las sensaciones con propósito, y aferrarnos a una especie de epicureísmo, como manera de
conocer al país dentro de nuestro país, y explorar la realidad que nos rodea, considerando que nos
fuese dada como cierta otra realidad fuera de nuestras sensaciones.

No intento ser pesimista. El pesimismo me parece, aparte de una incomodidad y un estorbo, una
exageración. No hay razón suficiente para serlo, nada provechoso se gana con ello. Pero en el intento
de ser lo más objetiva posible, encuentro que ser demasiado positiva es una distracción que con ligeros
descuidos, podrían desembocar en un estado de conformismo y pseudo-felicidad.

Si yo amo mi país, nunca estaré conforme con él. Todo lo contrario, sin dejar de admitir sus virtudes,
seré su mejor y más fuerte crítica. Creeré en su potencial.

Pero la indiferencia de un pueblo hacia su país, estimado lector, es algo de lo que el gobierno de turno
nunca tendrá la culpa. Los grandes cambios en los países, son iniciativas ciudadanas, de personas con visión.

Confío que aún en la peor de las precariedades, las personas que utilicen su cerebro y al mismo tiempo su
corazón, nunca serán desprovistas. Con la excepción de ser desprovistas de apoyo, como en nuestro caso.

Ante el presente panorama, si mi corazón pudiese pensar como mi cerebro, de seguro se detuviera.

La generación a la que pertenezco nació en pleno desazón moral, económico, político, sin mencionar
metafísico y de pensamiento. Pero sólo nosotros mismos podemos hacer algo al respecto.

Ebrios de teorías preestablecidas, derroquemos esta indisciplina a nivel cultural, que no puede hacernos
otra cosa sino víctimas del desasosiego. Brindemos a nuestras futuras generaciones algo de lo que estamos
desprovistos: un reflejo de solidez en el pasado. Despertemos a un país ávido de novedades.

O por lo menos, despertemos y punto. Para empezar.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/1174/78/Idealista-empequenecida.html

sábado, 9 de julio de 2011

Márgenes - Columna para periódico Acento

La casualidad regresa a mis manos un ensayo que escribí, no recuerdo cuándo, sobre la libertad humana.
Noto que mientras lo escribía, me concentré en llenar no sólo las líneas, sino que también los márgenes.
Ahora que mis ojos vuelven a descansar sobre esas palabras, encuentro que me agradan más aquellas que
se salen de lo concreto… Hay algo hermoso en la soltura de las que no están atadas a ningún orden, y cobran
sentido por sí solas.

Las compartiré con ustedes, sin ambigüedades, sin eufemismos, ni cobardías:

Toda necesidad implica un límite. Yo padezco más el límite, que la necesidad.

Por eso, nunca he permitido que los márgenes logren restringirme, así como la búsqueda de la libertad
tampoco, porque ésta es también una necesidad. Una que el ser humano ha tratado de imponerle a la historia.
Al hacerlo, la inutilizan, la arruinan, ya que se vuelven esclavos de esa búsqueda, y por ende pierden nuestro
único precario poder, todo con lo que contamos para acercarnos al límite, intentar lo que se cree imposible.

La búsqueda de la libertad es una cárcel, acaso más siniestra que la represión, porque nos reduce la vida,
mientras se continúe buscando en el exterior. Si alguna vez he podido acercarme a una infinitud, sería interior.
De pensamiento, y reconocimiento propio. Esa es una libertad posible, y lo es porque no la encontramos al
someter u oprimir a otros, sino en nuestro crecimiento, uno no visible, ni palpable. Es una libertad que nos
permite atravesar fronteras en el más acá de esta brevísima vida, y en el momento inmediato en el que
decidamos hacerlo.

En cualquier otra idea de libertad, hay un vacío. Lo habrá hasta que dejen de existir los padecimientos que
acarrean consigo las ansias de poder, los prejuicios, e incluso la ética y la justicia, porque toda regla de ética
y justicia, esconde una idea de dominación.

En algún momento, y sin que hayamos podido advertirlo, la búsqueda de la libertad se volvió imprescindible.
La naturaleza humana, y su nomenclatura, se empeñan en mantener silencio, así que nunca entenderé por qué.
La consecuencia es que la libertad como tal, es y continuará siendo, por ahora, un mito.

No sé ustedes, pero yo he puesto mis esperanzas en ese “por ahora”.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/1116/78/Margenes.html

Encogimiento de hombros - Columna para periódico Acento

El declive más peligroso de todos no forma parte del relieve de nuestra tierra. Los ángulos que abrazan a
nuestras pupilas no son nada en comparación a una inclinación mayor, producto del caricaturesco andar de
la sociedad, y su continuo desgaste. Pero los pasos de la gente no saben nada de depresiones, ni declives.

Habitamos el mundo en un momento en el que la mayoría ha perdido, o mejor dicho, ha elegido perder, su
capacidad de razonamiento. Abdican del esfuerzo, y son sólo movidos por sus propios intereses. Nada más
se puede esperar de aquél que limita su intelecto, intentado disponer todo en una corta sucesión de nociones,
pautas, modas sin sentido.

Quedan algunos que se colocan voluntariamente al margen de la sociedad. Que no se fijan sólo en la multitud
de la que serán, inevitablemente, parte, sino que también perciben los huecos que hay en ella, y a su alrededor.
Son fáciles de identificar entre lo común. Es aquél, al que miras de reojo porque luce o piensa diferente a ti.
¿Ya lo recordaste? Sí, ese. Y eso que notas diferente en su mirada inquisitiva, es descontento hacia la ignorancia,
qué peculiar, ¿No te parece?

Las personas que no eligen crecer desde temprano, tampoco suelen hacerlo más adelante en sus vidas. Pero
la madurez no tiene que ver con la edad, y tampoco es directamente proporcional a la cantidad de inquietudes
que alguien pueda tener. Así que siempre habrá tiempo para empezar a abrir tu mente, y conocerte más allá de
aquél a quien compartes con los demás. Recordando siempre, que nada ganas con salir de ti, para llegar a un ti
predeterminado por la sociedad. Esa será una búsqueda vacía, y de resultado ignoto.

Escucha nuevas ideas, estés de acuerdo con ellas o no. Pero no te limites al conocimiento que otros, de épocas
o lugares distintos, hayan legado. Consigue también, qué compartir tú con los demás. No sólo seas el que aprende,
sé también el que enseña. Sé el que piensa, y el que observa al que piensa. A medida que expandas tu horizonte
irás detallando tu propia filosofía de vida, irás aprendiendo a discernir, definiendo preferencias y opiniones dictadas
por tu carácter, imperfecto y confuso, pero tuyo, y de nadie más.

Todos estamos conectados en formas mucho más profundas de las que llegaremos a comprender. A nuestro
alrededor, en especial en esos lugares poco visitados por el hombre, habrá siempre algo nuevo que descubrir.
Algún trazo, color, especie, o método. Si nunca vamos a escudriñar un poco, o peor aún, si destruimos el lugar
antes de fijarnos, y saber concretamente qué destruimos, ¿Cómo entonces podemos caminar con el pecho alto,
clamando saber?

Disfrutemos de la realidad, y el razonamiento que nos ha sido concedido para interrogarla. Evitemos el
encogimiento de hombros. Abramos paso al entendimiento. No hay amanecer tan bello, que no pudiese serlo más.



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