"Fué este rincón el que me impulsó a empezar
la búsqueda de lo que sigue... mi destino,
aunque la verdad no creo que esté ni cerca todavía.
Pero la vida me ha hecho entender,
que no tengo nada que perder...
y ahora que comenzé, llegaré hasta el final..." Gin@lejandra°


jueves, 28 de junio de 2012


jueves, 24 de mayo de 2012

Solía sentarme a tu lado
sin saber qué posición tomar,
intentando descifrar aquellos ojos
por donde sólo boga el silencio,
y el calor de tu amor.

Buscaba borrar esa cicatriz que nace en tu pecho,
cuando sentí en el hueco de mis manos unidas
palpitando la fe...
latidos de esperanza.

Eres la mujer más fuerte que conozco.
Te admiro. Te amo.
Te espero... en aquél mismo sillón donde
hablábamos por las tardes,
donde te confiaba mis dudas y proyectos,
donde te hice mi promesa.
Allí te espero todos los días,
allí te esperaría toda la vida.


Feliz Cumpleaños.



viernes, 13 de abril de 2012

Las Buganvilias en el bosque de las miserias - Columna para periódico Acento

Las hojas del bosque residían desgreñadas bajo la suave pero incesante lluvia que se había instalado desde hacía años.

Las prolongaciones y extremidades de la vegetación sondeaban y excavaban las húmedas tierras, de las cuales emanaba
un sopor desahuciado. El fango, el musgo y la hierba emprendían un camino ambicioso sobre los lugares en los que antes
florecían hermosos y engreídos capullos en las primaveras.

El antiguamente cálido y primitivo corazón del bosque padecía, perturbado por una insistente sombra, parecido a como
el corazón del hombre ciertas veces se opaca por una indescifrable tristeza.

El bosque comenzó a ser conocido por todos como el bosque de las miserias… Por todos excepto por el poeta.

El poeta sabía ver a través de la tristeza de aquél bosque, que era triste porque extrañaba las dulces fragancias, los
colores, y la luz del Sol. El desconfiaba que fuese cierto que una planta, si se marchitaba su flor, fuese incapaz de crecer
otra eventualmente.

Aunque incluso el bosque mismo parecía haber aceptado como ineludible su final, y permitía que su gran latido fuera
lentamente dejando de palpitar en los troncos de los árboles, el poeta se negaba a creer que se pudiese domesticar de
semejante manera la euforia de la naturaleza… Que el rito del bosque pudiese adaptarse sumisamente a una forma de
decadencia sin haber intentado alterarla, buscar su balance.

El poeta buscó y buscó entre los fangos del bosque, acompañado constantemente por un silencio lúgubre, como el de
los cañones justo después de una guerra, hasta hallar una planta de Buganvilias.

La planta seguía en pie a pesar de todas ramas muertas a su alrededor, invariablemente firme ante la tempestad, como si
lo hiciese a plena consciencia, en un acto de dignidad y honor. Sus colores destellaban como los de la aurora, y el poeta,
satisfecho, anduvo por la vida plácidamente desde entonces, ajeno a la amargura.

Sabía que la función de la desesperanza sería siempre provisional, en su ineficacia ante lo intemporal del instinto de
supervivencia.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3902/78/Las-Buganvilias-en-el-bosque-de-las-miserias.html

lunes, 19 de marzo de 2012

Consuelo - Columna para periódico Acento

Las olas se alzaban de manera suave y elegante sobre la superficie del mar... Su movimiento, por alguna
extraña razón, me recordaba a la manera en que los brazos de un niño se alzan para volar una chichigua.
Luego se estrellaban con fuerza, y mi alma se quedaba allí, revuelta entre nubes de espuma y sal.

Yo me quedaba muy quieta, escuchando el sonido que hacía el estrellar de las olas... Un sonido que se
quejaba muy amargamente aquella tibia tarde. Así estuve por horas sentada en la arena, postergando la
cotidianeidad, clavando mi mirada anhelante en el horizonte.

A lo lejos escucho una voz de tono interrogante, pero estaba muy concentrada como para fijarme en su
procedencia. Medio minuto después, sin embargo, lo supe. Sentí una sombra alargarse sobre mí, y giré
hacia mi derecha para ver a un niño, preguntándome insistentemente porqué no quiero ayudarlo.

"¿Ayudarte con qué?" Le pregunto, saliendo de las profundidades de mis pensamientos.

El niño, indudablemente consternado con mi indiferencia previa, me pide que lo acompañe. Adentra los
pies en la orilla del mar, y recoge un poco de agua entre sus manos.

"Mira." Me dice. Observo el agua transparente que empieza a gotear entre sus pequeñas palmas apretadas.

"¿Qué es lo que me pides que mire?"

"El color del agua." Me dice acongojado.

"Yo no veo nada extraño."

El niño la mira perplejo. "¿No ves que ya no es azul?"

"Es porque el mar no es azul." Le rodeo las manos que siguen sosteniendo el agua, y le explico, "ese azul
de oscuro esplendor es el color del cielo, que el mar refleja."

"¿Del cielo?"

Le asiento con la cabeza, en señal de afirmación. El niño hace una mueca, resistiéndose a llorar, y me percato
de que para él, este asunto es uno verdaderamente importante y serio.

"¿Qué te entristece?" Le pregunto.

"Que no puedo alcanzar el cielo."

"¿Y para qué quieres alcanzar el cielo?"

"Necesito atrapar ese color azul."

Derrama el agua que tenía en sus manos, y me muestra el collar que le rodea el cuello. No era un collar
precisamente, más bien, se trataba de una fina soga atada a una diminuta botellita. "Es el mismo azul de
los ojos de mi mamá," me explica, "no había vuelto a ver ese azul desde que... Desde que..." Su esfuerzo
se quebranta, y se deshace bruscamente en sollozos.

Qué pequeño se veía ahora aquello que me angustiaba antes. Tantas horas ensimismada en mis pensamientos
grises, cuando tan cerca, había un niño que necesitaba ser consolado. Acunarlo entre mis brazos fue lo que
hice para indemnizarme de mi comportamiento.

La percepción es una herramienta curiosa y extravagante.

Y en definitivo, pocas cosas son extraordinarias en la manera que lo son las añoranzas.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3664/78/Consuelo.html

domingo, 4 de marzo de 2012

Como una imitación - Columna para periódico Acento

Con frecuencia deseo volver a ese lugar al que siempre voy cuando intento escapar de preconcepciones y vacíos.
Es uno al que voy sólo cuando necesito de él, lo que hace al regreso, por seguido que sea, un placer incontaminado.

Hoy he regresado. Busco un bálsamo para mi herida, y ese lugar, con sus ruinas confusas, y sus construcciones
descalabradas, siempre absorbe mi aflicción, como si la repartiera entre otras almas.

Escucho mis pasos resonando en el eco, y el quejoso crujir de las puertas cuando giran con dificultad sobre sus
goznes para permitirme la entrada. Atravieso un resonante corredor y llego al pie de una escalera devastada.
Inhalo aire en un intento de respirar, y empiezo a subir. De los bordes de los escalones surgen matas de Celidonia,
yerba de las golondrinas, doradas y mortíferas. Cuando llegué a la cima de la escalera, que en un gesto de lealtad
al tiempo a quedado en pie, la oscuridad era tan gruesa que había quedado ciega. Qué siniestra casualidad -me dije-,
pero me deshice de lamentaciones e improperios contra mi infortunio y continué mi camino con extraordinario vigor.

Me encontraba en un laberinto. Sabía perfectamente qué debía hacer para salir de él... Verán, se trata de un ejercicio
mental, la única instrucción es pensar.

Al principio, como es usual, mis pensamientos son fríos, pero luego se van presentando las evidencias. A medida que
voy interpretándolas, mis pensamientos van abandonando su palidez, y su sabor a descafeinado. Ese trayecto es el
bálsamo que busco. Es también lo que me permite escapar de preconcepciones y vacíos.

Un laberinto, un estado, un proceso analítico y crítico por el que debe atravesar toda persona que desee producir un
cambio ideológico que no venga con fecha de expiración. Resulta fácil evidenciar cuando un cambio ideológico no es
auténtico... Se carece de la amplid mental necesaria para adoptar la nueva ideología en toda su intensidad, y se recurre
a la pretensión de apropiársela, y para conseguirlo, se reduce las dimensiones de esa ideología en una proporción
análoga a las facultades que la juzgan, y se empequeñece hasta que entra en la medida común.
Algo así como una imitación.

Me niego a creer que nuestras opiniones sinceras son tan volátiles y manipulables. Que las impresiones del ser humano
no son más que un arenal invertido, que deja escapar poco a poco su contenido. ¿Cuál es el objetivo, y cuál es la
naturaleza, de eso que aspira a sojuzgar un porvenir, una dirección correcta, un camino a seguir, pero que es tan violento
en su embriaguez, tan rápido en su duración, que se desvanece igual que se desvanece cualquier moda?

Hoy mismo, palpitantes con deseo de lucha, con indignación, con esperanza... ¡Y mañana!... Nada. Se extravían las razones,
la efervescencia. Todo porque no fueron fundamentadas sobre una base sostenible.

Ya siento la salida del laberinto aproximarse. Lo sé, porque empiezo a ver mejor, hay más claridad. Puede que cuando salga,
siga ciega... Sólo que al contrario del inicio, ahora me cegaría el resplandor de la luz, que es igual de malo. Significa que
me he apresurado. Un cambio de ideología es algo progresivo, bien justificado, y personal. Sólo de esa forma se logrará
efectivamente romper el mundo conjetural en el que se está acostumbrado a vivir, y desarrollar esa mirada universal, como
de águila, que le permita mirar frente a frente al Sol, y a la vez divisar al insecto oculto bajo la hierba.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3496/78/Como-una-imitacion.html

viernes, 24 de febrero de 2012

Una extraña especie de asalto - Columna para periódico Acento

Laura hacía mermelada en el hornillo, removiendo la mezcla espumosa mientras se iba haciendo almíbar,
hirviendo los tarros y llenándolos para colocarlos luego en un estante como si fuesen adornos, o libros.

Pedro llegó inesperadamente. Había corrido tan rápido como pudo, y tan lejos como creyó conveniente...
Y por supuesto, había parado allí. Tenía el cuerpo mojado en sudor, y la respiración cortada, pero la mirada
de un hombre libre.

Laura recordaba a Pedro perfectamente. Cuando eran niños vivían cerca. Él y Laura se comían las mermeladas
como ésta, que en ese entonces hacía su abuela, en lo más crudo del invierno. Robaban cucharadas cuando
la abuela no miraba, y se escondían debajo de la mesa para lamerlas hasta dejarlas limpias. Cuando Pedro se
fue, Laura se convirtió en otra versión de sí misma, una más oscura. No fue fácil. Nunca llegó a decirle...

La luz del día atravesaba la ventana, manchando la alfombra, y el brazo de la silla. Fuera, el agua goteaba de
la cornisa. Todo igual que siempre, y sin embargo, allí estaba Pedro, llegando de esa manera tan abrupta,
después de tantos años, parado en la puerta, esperando entrar.

- "Eh, hola" le dijo a Laura, levantando la vista con la misma torpeza y calma de siempre.

Después de un momento de silencio, ella se levantó, se sacudió las manos en los pantalones, y salió furiosa
hacia el campo. Los cardos le arrañaban los tobillos, y las fresas se reventaban suavemente bajo sus pies.
Era injusto. Todo esto era injusto. Ella había renunciado a tantas cosas, forjado una vida distinta a la que
había querido. Ahora era tarde.

Pero Pedro siguió el mapa que formaba el trayecto de sus pasos, la cicatriz de su huída, y la alcanzó. En una
extraña especie de asalto, la abrazó, y confirmó su sospecha. Sus grietas aún coincidían.

Ellos no eran más que un relato a medio terminar. Un destiempo.

Un error, de esos que son un placer cometer.



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El músico - Columna para el periódico Acento

Ella giró la perilla de la puerta, afiló sus tacones en el cemento frío, y partió hacia lo desconocido...
Ese amplísimo lugar del que nadie exilia.

En el camino se topó con la noche, que apenas existía. Y con la ciudad, esa traicionera, que cuando
quiere verte sonreír sabe ser tan condescendiente. Pero ella a sus veinte años, conocía suficiente
como para saberse advertida.

Así andaba las calles esa noche, con cuidado... Migrando a través de la retícula del tiempo, tan absorta
en sus pensamientos que ya empezaba a sentir que desocupaba el cuerpo, cuando divisó un letrero que
se detuvo a leer en la vitrina de su dulcería favorita.

"Se solicita empleado." Leyó.

Tendría más sentido si solicitaran un desempleado, pensaba ella, mientras miraba hacia adentro,
recordando con melancolía cuando la idea de lo lejano no era más que la cajita de dulces que estaba
más alta de todas en esa dulcería.

De repente, sus pensamientos fueron interrumpidos por una melodía que, inconsciente de la presión
que la elevaba, no advertía la forma en que fracturaba tantas máscaras, y muros de los que la escuchaban.
Aquella atrevida melodía, se inmiscuía en asuntos que eran sólo del alma, y limpiaba el polvo que le daba
masa y volumen al abandono.

Ella se voltea, y mira fijamente al músico que creaba semejante melodía. La guitarra en su propia desolación,
hueca, estaba suspendida a voluntad del músico, expuesta al aplauso expectante, y a la mirada furtiva de todo
el que pasaba por allí. El músico tenía su mano colocada sobre la boca de la guitarra... Con sus dedos tendidos
sobre las cuerdas, descomponía sueños, y como si se tratara de cualquier otra reacción de la materia, los traía
momentáneamente a la vida, mediante la escenificación de lo transitorio.

Mientras aquella melodía iba nulificando vacíos dentro de ella, ella iba a la vez cediendo, y sucumbiendo con
mucha gracia a la merced de los dedos de aquél músico. Cuando éste se detuvo, jadeando, en un momento de
lucidez, y con un silencio que pendía del cielo sobre sus cabezas, la noche se convirtió en la gran lección del día.

La música será siempre un lenguaje de compañía.



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martes, 7 de febrero de 2012

Aún hay esperanza - Columna para periódico Acento

Hace mucho tiempo, antes de transformarse en una tienda de antigüedades, y luego en una librería, este lugar había
sido un teatro. Un gran experimento en la década de los treinta. No era nada impresionante en su exterior, una
estructura muy elegante y discreta, pero su interior era otra historia. El techo abovedado, con sus simuladas nubes,
había sido iluminado originalmente para crear la ilusión de la luz de la luna, y cientos de pequeñas luces brillaban
como estrellas. Fue un buen negocio durante décadas, pero a pesar de que había prevalecido contra feroces adversarios
como incendios e inundaciones, fue víctima suave y rápida de la televisión en la década de los sesenta.

Su actual dueño es el señor Ricardo. Su padre había cuidadosamente diseñado el teatro, y lo había modificado,
cuando fue prudente, para dar vida a la tienda de antigüedades. Ricardo recordaba perfectamente aquella mágica
tienda. Toda su infancia estaba atada a ella. Cuando su padre falleció, Ricardo advirtió una sensación de apabullante
extrañeza al entrar al lugar. Las cucharas y candelabros que su padre solía pasar tantas horas reluciendo, las alfombras,
los libros... Incluso las etiquetas de precio escritas en su indescifrable caligrafía... Todo seguía allí a pesar de que él
se había ido, y contra toda lógica, Ricardo lo consideraba desleal, de alguna retorcida manera.

Esa noche al dormir, Ricardo tuvo un sueño muy peculiar. No había en ese sueño sensación alguna de maldad, tampoco
de placer, simplemente una sensación de sin fin. Como una niebla fina y blanca que le envolvió la cabeza y asentó allí,
negada a marcharse. Así fue como la tienda de antigüedades mutó a una biblioteca.

Hoy en día, el señor Ricardo es un garabato del hombre que fue. Bajo y frágil, parecía inclinarse y salir de un nudo en el
centro de su espalda. Sus pantalones de color beige se aferraban a sus rodillas de mármol, los débiles tobillos ascendían
estoicamente de sus zapatos viejos de gran tamaño. Mechones de hilo blanco brotaban de varios puntos fértiles en su
cuero cabelludo, que de otro modo sería suave y reluciente. Las personas de alrededor lo describían como una persona
no sociable, y tan viejo como el tiempo mismo.

El señor Ricardo observaba desde su escritorio la puerta de entrada a la biblioteca, como todos los días, preguntándose
cuál era el punto de seguir abriéndola cada mañana, cuando un muchacho se asomó y entró.

"Buenos días." Lo saludó el muchacho.

"¿Nombre?" Respondió Ricardo.

"Monsant."

"Nombre," dijo nuevamente, enunciando en voz lenta y quebradiza, "de el libro que buscas." El señor Ricardo parpadeó,
una parodia de paciencia, aguardando la respuesta que sabía que vendría.

"Pues, en realidad, no busco un libro. Yo ya tengo el libro en cuestión." Le informa el muchacho. Ricardo respira
cortantemente. "Si ya tiene el libro," dijo, "no necesita de mis humildes servicios. Tenga un buen día." Y con esto,
gira y arrastra los pies hasta una torre de libros acumulados cerca de su escritorio.

Monsant lo mira insistentemente. Había venido de muy lejos buscando al señor Ricardo. Este hombre era quien debía
revisar su estudio sobre la historia de ese lugar, que para el momento, aunque era una biblioteca obsoleta, se había
convertido también en un ícono arquitectónico dado su antigüedad. Estirándose a toda su altura, Monsant cruzó las
tablas del suelo, y se paró al lado del señor Ricardo.

Este no volteó su cabeza, meramente continuó colocando los libros en la estantería.

"Aún estás aquí." Una afirmación molesta.

"Sí," dijo Monsant firmemente. "He venido a mostrarle algo, y no me iré hasta hacerlo."

"Me temo, caballero," dijo Ricardo a través de un suspiro, "que ha perdido su tiempo, así como hace ahora perder el
mío. No hago ventas a comisión."

Enojo erizó la garganta de Monsant. "Y yo no deseo vender mi libro. Sólo pido que le eche un vistazo, para que me dé
una opinión experta de mi estudio." Sus mejillas estaban tibias, una sensación poco familiar. Monsant no era de los
que se ruborizaba. Ricardo se voltea entonces, para apreciarlo detenidamente. Sin palabra alguna, y con los movimientos
más sutiles, le indica la entrada a su pequeña oficina detrás del escritorio. Al acomodarse dentro de la misma, Monsant
entregó el libro a unos dedos expectantes.

Silencio descendió, aguijoneado únicamente por el tictac de un reloj. Monsant aguardaba ansioso mientras el señor
Ricardo pasaba las páginas. Quizás necesitaba dar más explicaciones. "Lo que quisiera es que — "

"Calla." Su pálida mano levantada, apretando entre sus dedos un cigarrillo que amenazaba con renunciar a su punta de
ceniza.

El señor Ricardo estaba profundamente concentrado, sus labios apretados, un poco temblorosos. Terminó de leer, y se
permitió rozar sus dedos sobre la espina dorsal del libro, cerrando los ojos. Al abrirlos, miró apreciativamente al
muchacho, vislumbrado, percibiendo los agujeros que el libro había abierto en la tela de su memoria... Evidencia de
que un fino trazo como aquél aún pudiese encontrarse en esta época, uno de fuerza alquímica, que provocase la gozosa
impresión de que el tiempo perdía significado, lo conmovía de una manera inexplicable.

Aún había esperanza.



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lunes, 6 de febrero de 2012

Ya estamos aquí - Columna para periódico Acento

La tapicería de los asientos no lograba desmentir la antigüedad que registraba el olfato en aquella sala de espera.
Aguardó durante horas a que su madre terminara de hablar con el señor detrás del escritorio, pero ya empezaba
a impacientarse. Rondaba los 16 años, delgado, usaba unas gafas de marcos gruesos y negros.

En ese momento entró una mujer muy anciana a la sala. Era tan frágil, tan liviana, pensó el muchacho. La señora
cargaba un libro gordo, de portada dura, color verde esmeralda. Le sonrió dulcemente, y con el índice, lanzó un
hilo invisible que ató la vista del muchacho y la transportó al título, escrito con letras doradas: Historias Mágicas
para Niños y Niñas, autor anónimo. El muchacho pronunció el título, disfrutando el crujido de sus labios al hacerlo.
La anciana le permitió pasar los dedos sobre las letras doradas, pero cuando iba a abrir el libro, la sonrisa de la
anciana se tornó retorcida y macabra. En un arrebato le quitó el libro y salió corriendo por la puerta, dejándole la
mano extendida y abierta. Algo similar al enojo, aunque más ligero, como un burbujeo, ascendió lentamente hasta
su esternón.

En un lugar tan oscuro, fue muy fácil distinguir la salida. La anunciaba una franja de luz, por donde se perdía la
silueta de la anciana. En un pestañar, el muchacho emprendió su camino tras ella. La luz creció hasta volverse un
estallido que depositó en sus ojos esquirlas de fuego, y le contrajo las pupilas. Afuera, la anciana en lugar de huir
se acercó a él. Se lame los labios y le dice en un susurro: " No soy quien crees que soy."

- "¡Pero si no tengo la menor idea de quién podrías ser!" Las palabras surgen rugosas, secas del miedo, existiendo
por alguna voluntad exterior a la suya, pero imposible de combatir.

- " A mí no me engañas, tú aún posees defensa en la mirada. Acabas de ser creado. Debes estar desesperado por
mantener esa sensación de ser real e independiente. "

- " No entiendo nada. "

La anciana lo mira perpleja. Empieza a murmurar para sí misma, como bajo alguna influencia narcótica: " Claro, claro.
Es así como lo logra. Ahora entiendo por qué nadie intenta escapar... Creí que los más pequeños lo entenderían, pero
no, ninguno lo sabe..."

- " ¿Qué no sabemos?"

- "Pues que no existen, son imaginados dentro de la cabeza de alguien más. Son todos parte de una narración. No
poseen libre albedrío, ni independencia ¡Ni alma propia siquiera! Pertenecen a alguien, y ese alguien maneja sus
destinos."

La anciana permite que en un suspiro se diluya su impotencia, y se aferra más fuertemente a su libro.

- " ¿Quién creíste que pensé que serías?" Pregunta el muchacho.

- "Pensaste que sería la que te rescataría de ese horrible lugar."

- "Al huir, fue justamente lo que hiciste."

La anciana medita un momento, encolerizada al percatarse de que aún no ha podido burlar a su escritor. No hay
escapatoria.

En algún lugar, una bala se mete en la recámara de un revólver.

La anciana se sienta y llora, desconsolada. El muchacho le pregunta por qué protege tanto a ese libro.

- "Este libro me permite ser el reflejo opuesto del espejo. Es el único modo de escapar de aquí."

- "¿De dónde?"

Algo se ciñe con fuerza en el muchacho. La sensación de hallarse en el interior de algo orgánico. Un laberinto.
Un cerebro. Mira a su alrededor... Tiene sentido lo que dice la anciana. Estar dentro de una máquina pensante.
Las ideas que genera son los individuos que la habitan.

- " Lo que no entiendo es por qué el estar dentro de la cabeza de alguien nos hace ser menos reales. Existimos
igual. ¿Qué no refleja, al fin y al cabo, lo mismo el espejo que lo que se le coloca en frente?"

Un escalofrío le eriza la piel a la anciana.

- " Siempre hay uno que cree que lo sabe todo." Le responde indignada, negada a ver todas sus teorías regresar al
punto inicial. Ella seguirá por siempre intentando descifrar cómo escapar, descubrir el secreto que nadie antes ha
podido descubrir, cómo comprobar que es real.

Y mientras, todo esto podrá ser la historia de algún escritor.

"¿Qué hay de malo en eso? - Piensa el muchacho - Ya estamos aquí."




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jueves, 26 de enero de 2012

Caballero inconstante - Columna para periódico Acento

Cada recuerdo tiene su textura propia.

Están aquellos en los que voy deshojando bosques. En los que el recuerdo parece levantarse de los propios átomos,
colocarse frente a mí, y mirarme fijamente. Esos que son como el agua, el aire, o incluso quizás alguna sustancia
explosiva o tóxica, a la me resulta imposible darle forma.

Son como asomarse por la cerradura del ojo.

Me resulta fascinante esa clase de recuerdos... Poco importa si son buenos o malos. Si pudiese recordar fielmente
ciertas realidades en su contexto, dejaría de extrañar tantas cosas que se han ido. Aunque por otro lado, no quisiera
hacerlo siempre. No deseo poseer todos mis recuerdos insanamente intactos.

Desajustar la realidad de vez en cuando resulta necesario. Una brújula que me desvíe, y me indique también el lugar
donde no están las cosas.

Esos recuerdos en los que la distorción adquiere rasgos atractivos, y para abrirle el vientre a la imaginación me coloco
en el lugar del cuchillo, resultan a veces la forma más honesta de ocupar vacíos, y poner en su lugar algunas situaciones.
De la misma manera en que la ficción narra tantas verdades.

Son como tirar mi mente por la ventana a otro universo.

Desviar realidades es una tradición humana muy antigua, y además profundamente arraigada en nuestros hábitos.
La percepción varía de persona en persona.

La real diferencia en esta dos clases de recuerdos, la fiel y la infiel a la realidad, es la misma que hay entre el hubo
una vez, y la vez de un hubo.

Pero el recuerdo, ese caballero inconstante, suele acompañar a la desolación, y en la desolación todo está permitido.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3083/78/Caballero-inconstante.html

miércoles, 18 de enero de 2012

Soliloquio - Columna para periódico Acento

"El hombre es imperfecto."

Ha habido siempre en algún lugar de mi conciencia una inconformidad al tener que aceptar esa frase.
Aunque sea cierta.

Es cuestión de cómo está formulada. Tendría más sentido decir que el hombre es tan perfecto como
puede serlo. Su conocimiento y habilidad, a la medida de su estado, lugar, tiempo, y espacio. Es ésta
una de las más curiosas realidades que nos puede ser proporcionada por el acaso de los encuentros
y de las faltas, conquistas y tropezones, de la naturaleza humana.

Después de todo, el orden general está dentro de lo natural.

Observen la manera en que los sistemas corren dentro de otros sistemas. Fíjense tanto en los patrones
que forman al hacerlo, como en la compleja maquinaria en la que resultan. Una de la que sólo alcanzamos
a conocer un muy pequeño trozo.

¿De dónde más podemos razonar, sino a partir de lo que sabemos?

Por sencilla que sea esa noción, a muchos se les escapa, y andan por la vida con una sensación de
posesión y dominio absoluto... Ignorando lo irreal y quimérica que es dicha sensación.

Incluso, muchos de aquellos que sí son conscientes de nuestros limitantes, son a causa de esto atacados
por el tedio, esa fastidiosa enfermedad del alma.

¿Qué otra razón sino esa, es la que provoca que tantos hombres se encuentren insatisfechos? ¿La razón
de que, cuando ningún otro animal en la naturaleza se queja de lo poco que se le haya brindado, el hombre
esté siempre en busca de más?

Cualquier eufemismo se ha vuelto válido, para evitar considerarle existente al permanente desencuentro
del hombre con su capacidad.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3007/78/Soliloquio.html

miércoles, 11 de enero de 2012

¿Y a ti, qué te diría el niño que fuiste? - Columna para periódico Acento

- Entonces, ¿es ella?

Dijo a alguien que ya no estaba allí. Se percata de esto, y permanece quieta un momento, entendiendo lo
que ocurre, mientras me observa con atención.

- Eres distinta.

Concluye por decir. Yo la miro también... Es exactamente como la recuerdo.

- Es porque he madurado.

Le respondo cariñosamente.

-¿Madurado? ¿ Y eso por qué te hace distinta?

- Pues, que he crecido y aprendido. He cambiado. Ahora sé más.

Le dije, aunque por alguna extraña razón, no pude pronunciar con toda seguridad esas últimas tres palabras.
Y como sabrán, esas son cosas que no se le escapan a los niños.

- Ah, no sabía que madurar implicaba cambiar quien eras. ¿Y en qué conoces la vida mejor que yo?

- Esa pregunta no tiene caso responderla. Aunque tuviese una respuesta concreta, pierde el sentido si te la
doy. La irás descubriendo a tu tiempo, y a tu manera.

Ella suspira resignada, sabiendo que es inútil insistir.

- Supongo que es bueno el hecho de que no me lo quieras contar. Significa que no hay nada que quieras evitar
que suceda.

- Sí que lo hay. Pero aunque quisiera evitarlo, sé que si no sucede no formará mi carácter como lo ha hecho,
y no podré ser quien soy, quien tú llegarás a ser.

- ¿Te gusta quien seré, quien eres, entonces?

- Sí, aún hay mucho que mejorar, pero sí.

- ¿Qué queda por mejorar?

Medito un momento antes de responder a esta pregunta, aunque su respuesta es bastante sencilla.

- Todo lo que quiero mejorar de mi consiste básicamente en recuperar cosas que dejé perder de mi misma.
Cosas que tú aún tienes. Como la sencillez con la que miras las situaciones.

- ¿De qué te sirve madurar entonces?

Ante esto, no me queda más que reír.

- Creo que no logré definirlo correctamente.

Le digo.

- No, lo que no hiciste fue preguntar por qué te veo distinta.

- Tienes razón... Tampoco pregunté distinta a quién.

Ella sonríe.

- Por fin entiendes. Eres distinta a como pensé que serías, a como te imaginé. Y distinta a quién eras, a mi.
Te sumiste en el desaliento. Olvidaste tu sueño, aquello que anhelabas. Pude darme cuenta con tan solo mirarte.

- Lo sé. Lo sé.

- ¿Qué pasó? ¿Por qué lo has hecho?

- Pues, precisamente por madurar. Ese sueño tiene demasiados obstáculos, y muy pocos beneficios. No es
práctico. Es hermoso, pero no me conviene.

La niña que fui, aquella que aún vive en alguna parte de mi, pero que he ignorado por mucho tiempo, se pasa la
mano por los cabellos yendo de un lado para otro como animal perseguido, y me dice con una voz llena de angustia:

- Te engañas a ti misma. Huyes diciendo "mejor así", pero tú ya conocías los obstáculos que traía tu sueño antes
de proponértelo. Juraste que para hacerlo realidad pondrías todo el ardor de tu alma, toda la fuerza de tus brazos.
Lo sé, porque eras niña cuando lo juraste. ¿Es esto todo lo que tienes? Ante tus ojos, y los de muchos otros grandes,
no soy más que una tontuela, pero sé muy bien lo que es el miedo. Temes. Es esa la verdadera razón de tu abandono.
Te dices que es lo sensato, lo correcto... ¡Lo práctico! ¡Te dices eso y te crees casi justificada aún ante tu propia
consciencia, ciega de ti! Pero no siempre fue así como te representaste las cosas. ¿Quieres mejorar?

- ¡Ya sé! - La interrumpo. – Ya sé cómo hacerlo. Ya sé lo que debo recuperar.

.....................................................................................

En esta madrugada no se escucha más que el silbido del viento de invierno que agita las copas de los árboles.
Estoy acostada en mi cama, esperando un amanecer que llegó en forma de remembranza.

Verán, la historia surge con la retrospección. Muchos eventos se vuelven significantes sólo cuando miramos
hacia atrás.

El pasado es esa amenaza que siempre se cumple, o esa promesa que no descansa... Dependiendo de cómo decidas
verlo, porque así como todo lo demás, el pasado está empañado por nuestra percepción, laboriosamente fabricada
por nuestras mentes y corazones, la tecnología más antigua y compleja.

Aún no sé cómo logré abrirle la puerta a ese recuerdo, pero siento con qué nostalgia acaricia mi mente aquel
peculiar sueño que tuve una vez.

Tanto he cambiado desde entonces, y a la vez tan poco.

Me pregunto cómo sería aquel encuentro imaginado, si lo imaginara hoy.



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