Ella giró la perilla de la puerta, afiló sus tacones en el cemento frío, y partió hacia lo desconocido...
Ese amplísimo lugar del que nadie exilia.
En el camino se topó con la noche, que apenas existía. Y con la ciudad, esa traicionera, que cuando
quiere verte sonreír sabe ser tan condescendiente. Pero ella a sus veinte años, conocía suficiente
como para saberse advertida.
Así andaba las calles esa noche, con cuidado... Migrando a través de la retícula del tiempo, tan absorta
en sus pensamientos que ya empezaba a sentir que desocupaba el cuerpo, cuando divisó un letrero que
se detuvo a leer en la vitrina de su dulcería favorita.
"Se solicita empleado." Leyó.
Tendría más sentido si solicitaran un desempleado, pensaba ella, mientras miraba hacia adentro,
recordando con melancolía cuando la idea de lo lejano no era más que la cajita de dulces que estaba
más alta de todas en esa dulcería.
De repente, sus pensamientos fueron interrumpidos por una melodía que, inconsciente de la presión
que la elevaba, no advertía la forma en que fracturaba tantas máscaras, y muros de los que la escuchaban.
Aquella atrevida melodía, se inmiscuía en asuntos que eran sólo del alma, y limpiaba el polvo que le daba
masa y volumen al abandono.
Ella se voltea, y mira fijamente al músico que creaba semejante melodía. La guitarra en su propia desolación,
hueca, estaba suspendida a voluntad del músico, expuesta al aplauso expectante, y a la mirada furtiva de todo
el que pasaba por allí. El músico tenía su mano colocada sobre la boca de la guitarra... Con sus dedos tendidos
sobre las cuerdas, descomponía sueños, y como si se tratara de cualquier otra reacción de la materia, los traía
momentáneamente a la vida, mediante la escenificación de lo transitorio.
Mientras aquella melodía iba nulificando vacíos dentro de ella, ella iba a la vez cediendo, y sucumbiendo con
mucha gracia a la merced de los dedos de aquél músico. Cuando éste se detuvo, jadeando, en un momento de
lucidez, y con un silencio que pendía del cielo sobre sus cabezas, la noche se convirtió en la gran lección del día.
La música será siempre un lenguaje de compañía.
http://www.acento.com.do/index.php/blog/3334/78/El-musico.html
viernes, 24 de febrero de 2012
El músico - Columna para el periódico Acento
Publicado por Gina Franco en 12:03 p. m.
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1 comentario:
Cuando deje de mal pensarlo te comento.
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