Llevamos al moribundo a una casita humilde y cercana, la de una enfermera que él conocía. Me cuenta que es una amiga de infancia, siempre dispuesta a darle una mano cuando se lastima en sus travesías callejeras. La herida que tenía el hombre en el pecho no se veía nada bien. La enfermera nos ofreció un poco de su cena, mientras ella se dedicaba a asistir al paciente.
- Me gustaría poseer una puerta, que le pudiese cerrar con fuerza en el rostro.
Me murmura el vagabundo, con arrugas de rencor en la frente.
- ¿Qué te ha hecho este hombre?
Le pregunto.
- Es lo que no ha hecho. Este moribundo que ves, tiene por nombre Diego. Me pasa por el lado todas las mañanas, y siempre actúa como si no me conociera.
- Pero, ¿sí te conoce?
- Me conoció bien alguna vez, cuando yo aún tenía nombre.
- Ah, ya veo. ¿Y cómo lo perdiste, tu nombre?
Me dirige una mirada impaciente.
- No interesa cómo, sino cuándo... El día que me encontré. En fin, Diego para mí dejó de ser Diego, el mismo día que yo dejé de ser quien creí que era, porque ese día, al perderlo todo, también perdí su estima. Por más que deshilé razones, no encontré ninguna valedera para merecerlo. Pero ya no importa, no extraño nada que la vida traiga o se lleve.
- Si es así, ¿por qué quieres esa puerta?
Permanecemos en silencio unos minutos, terminando de cenar. Luego me pregunta:
- ¿Y tú, para qué te paraste por tanto tiempo frente a un tren que nunca abordarías?
- Quería irme a un lugar lejano, empezar mi camino interior.
- ¿Y para qué tienes que irte lejos a encontrarte a ti mismo?
- Fue lo que comprendí cuando te vi, razón por la que no abordé. Percibí que pasabas por lo mismo que yo.
- Y seguiré pasándolo toda la vida, porque no quiero conocerme.
- ¿Te temes?
- No es temor. Es lo que soy, un habitante del tiempo... Del color y forma de una circunstancia muy cambiante.
- Lo sé, es esa precisamente la sensación que me inquieta. Continuamente siento que he sido otro. Mi pasado es un sueño ajeno.
- Apuesto a que no todo tu pasado te es ajeno. Algo debes recordar que te resulte producto de tal cual eres ahora. A pesar de que no eres el mismo, sigues siendo tú en todo momento.
- Por un tiempo quise pensar que lo que soy ahora es un progreso de lo que he sido. Es cierto lo que dices, pero entonces, ¿dónde está el progreso si siempre seguiré siendo el mismo que soy ahora, a pesar de que me sienta distinto? ¿Cómo es posible avanzar hacia lo que ya soy? ¿Cómo conozco hoy a la parte que desconozco, sin sentir que me extravío de mí?
- No puedes. Pero de todos modos, el objetivo es extraviarse. Entrar en un devaneo con el sentir y el pensar, a sabiendas de que ya todo se ha sentido y se ha pensado alguna vez, por lo tanto, ser más prácticos en el proceso. Ese es el único progreso.
Intento comprender, pero se me hace difícil. El vagabundo suspira exasperado, y continúa explicándome.
- Mira, el que tanto se preocupa por conocerse, termina por dejar de conocer lo que le rodea, que es igual de interesante, porque te influye. Puedes conocerte a través del exterior. Este paisaje, por ejemplo.
Me dice, señalando las montañas.
- Lo has visto antes, pero nunca lo habías apreciado hasta ahora. Esa simple acción, conlleva un cambio en ti. Transmutaciones como esa ocurren a cada rato, y la mayoría de ellas pasan desapercibidas, colándose sólo en lo abstracto de nuestra personalidad. Por eso, no sentimos el cambio en nosotros mientras ocurre, sino luego de que ya ha ocurrido. Y al percibirlas, seguimos sin sentir el cambio. Lo que sentimos es el transcurso del tiempo.
- ¿Entonces, qué me dices? ¿Que cada uno de nosotros es varios?
- Exacto. Dentro de nosotros mismos, hay muchas especies, pensando y sintiendo de manera diferente. Cada especie es una versión de ti mismo, una prolijidad de tu total. Por ende, nunca te conocerás. No completamente. La versión de ti que conozcas pronto será sustituida.
- Siento que sólo podré tocar orillas de mí.
- Sí, pero desde las orillas, te puedes ver en el fondo, aunque sea en la distancia.
Diego gime de dolor. El vagabundo me dice con un tono apenado, que me extraña, conociendo el resentimiento que le guarda a aquél hombre:
- No hay nada que puedas hacer por él. Diego es un moribundo desde hace mucho tiempo. Decidió caminar indolente, peor aún, caminar imponiéndose una personalidad que no era suya. Pretendiendo ser otro. Esa sí es una muerte triste.
- ¿Por eso se separaron?
- El día que perdí mi nombre, el día que me encontré, no lo hice por sentir que sabía quién era, sino precisamente, porque sentí que no. De la versión de mí que conoces hoy, me separo mañana. Diego vive en un estático mundo que ni siquiera es propio. Lo creó para los demás. Yo vivo en un mundo interior sucesivo y diverso. Diego, aún sobreviva, seguirá muriendo.
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Todos somos viajeros.
Todos compartimos la única, auténtica casa.
Todos morimos un poco, cada minuto que pasa.
http://www.acento.com.do/index.php/blog/2096/78/Un-vagabundo-un-trotamundo-y-un-moribundo-ultima-parte.html
martes, 25 de octubre de 2011
Un vagabundo, un trotamundo, y un moribundo (Última parte) - Columna para periódico Acento
Publicado por Gina Franco en 1:19 p. m.
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