"Fué este rincón el que me impulsó a empezar
la búsqueda de lo que sigue... mi destino,
aunque la verdad no creo que esté ni cerca todavía.
Pero la vida me ha hecho entender,
que no tengo nada que perder...
y ahora que comenzé, llegaré hasta el final..." Gin@lejandra°


jueves, 13 de octubre de 2011

Un vagabundo, un trotamundo, y un moribundo (Parte I) - Columna para periódico Acento

(Sirva como apertura la presente columna, a una sucesión de las mismas que dedico a todo
el que anhele viajar a un lugar extraño y lejano, para encontrarse a si mismo. En especial, a
esos que están frente al tren con su boleto en mano, y no logran montarse.)

Iba a abordar el tren, lo juro. Estaba apunto de hacerlo... Cuando de repente me vi del otro
lado del andén. Nos reconocimos al compartir accidentalmente una mirada perforada y sentida.
De esas que te abren la vida, y hacen que arda, palpite, y desgarre. En fin, que mi error, como el
de muchos, fue pestañar. El mundo se cerró entre mis párpados, y al abrir ya no lo veía. Pero él
era yo. Y yo era él. Ambos lo sabíamos.

Aquella mirada infalsificable dejó en mi una oquedad... ¿Cómo podré subir ahora a este tren?

Antes de responder la pregunta ya el tren se había ido.

Aún con la sensación de vacío, comienzo a andar el laberinto, que según mi ingenuo juicio, me
llevaría a mi otro yo. Un laberinto que se prolongaba con cada paso. Era frustrante. Deseaba poder
meterme la mano en el bolsillo y sacar otro momento, uno cualquiera, en el que aún no hubiese
descubierto esa mirada.

Rompe mi silencio un sonido familiar. Monedas cayendo en el asfalto. Y ahí está de nuevo.
Yo... El... Pasándome las monedas que dejé caer de mi bolsillo.

Puedo verlo de cerca. Confirmo en su semblante, el mío. Nada tenían que ver nuestras cadenas de
ácido desoxirribonucléico con el hecho ser tan parecidos. No desviaría de mi camino por algo tan
intrascendente como las facciones. No... éstas son similitudes de otras densidades. Intento hablarle
para evitar que escape. Débil plan, que no sé cómo, logra cumplir su cometido.

- ¿Cómo te llamas?

- No tengo nombre.

Su voz era gruesa. Honda. Contaba más de lo que decía con palabras. No quiere decirme su nombre...
Es entendible.

- De acuerdo... ¿De dónde eres?

- De aquí, igual que tú.

- No, yo sólo estoy de paso.

- ¿Qué no estamos todos de paso?

- Pensé que eras de aquí.

- Este es mi hogar.

- Pero estás de paso.

- Estrecho o expando mi hogar, tanto como estreche o expanda a sus anchas el mundo.

Comienzo a entender. Me pregunta:

- ¿Hacia adónde vas?

- No lo sé.

- Pero solías saberlo, hasta hace poco. Pude verlo.

- ¿Qué viste?

- El cambio de trayectoria.

- No tengo una trayectoria en este momento.

- Bien. Es el mejor comienzo.

Sin más, se va.

Y yo, por supuesto, lo sigo.



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