No le importaba qué tan arrugado estaba su vestido, o qué tan alborotado su cabello...
Ella danzaba ligera y sencilla, entre olivos y sueños. El movimiento de su baile me contaba
su historia, o me leía su epitafio, que es igual:
"Aún no comprendía el amor, ni las despedidas, aunque era evidencia material de ambas."
Era tan sólo una niña cuando se la llevó el viento, pero así la recuerdo, bailando con el corazón
más alto que su cuerpo. Ella siempre supo que vendrían temprano a recogerla, le tocó pisar una
trampa conocida... Pero yo, aunque también lo sabía, me abracé a mentiras. Me sumergí en un
espacio donde la irrealidad calló al tiempo.
Esa ilusión tenía fecha de expiración, y luego me costó guardar bajo la almohada todo lo que había
visto, o sentido alguna vez, y arriesgarme a descubrir nuevos refugios de verdades tumultosas.
Son tantas las historias que les pudiera contar, pero son más aún las que he de callar. Las que han
de ser transmitidas únicamente de mirada en mirada.
Cuando finalmente llegó aquella noche inclemente en la que creí haberla perdido, llovieron máscaras.
Todo se volvió transparente, y entonces, desnuda de cualquier apariencia o rencor lo único que quedó
fue el amor. Allí supe que nunca la extrañaría, porque no la dejaría irse muy lejos. No realmente.
Guardaría por siempre a mi niña interior.
El amor es eso.
Una llegada, una ida.
Una historia. Un recuerdo. Pero sobre todo, un apego.
Y el sentimiento que lo respalda.
http://www.acento.com.do/index.php/blog/1590/78/La-nina-interior.html
sábado, 3 de septiembre de 2011
La niña interior - Columna para periódico Acento
Publicado por Gina Franco en 2:25 p. m.
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