"Fué este rincón el que me impulsó a empezar
la búsqueda de lo que sigue... mi destino,
aunque la verdad no creo que esté ni cerca todavía.
Pero la vida me ha hecho entender,
que no tengo nada que perder...
y ahora que comenzé, llegaré hasta el final..." Gin@lejandra°


martes, 25 de octubre de 2011

Un vagabundo, un trotamundo, y un moribundo (Última parte) - Columna para periódico Acento

Llevamos al moribundo a una casita humilde y cercana, la de una enfermera que él conocía. Me cuenta que es una amiga de infancia, siempre dispuesta a darle una mano cuando se lastima en sus travesías callejeras. La herida que tenía el hombre en el pecho no se veía nada bien. La enfermera nos ofreció un poco de su cena, mientras ella se dedicaba a asistir al paciente.

- Me gustaría poseer una puerta, que le pudiese cerrar con fuerza en el rostro.

Me murmura el vagabundo, con arrugas de rencor en la frente.

- ¿Qué te ha hecho este hombre?

Le pregunto.

- Es lo que no ha hecho. Este moribundo que ves, tiene por nombre Diego. Me pasa por el lado todas las mañanas, y siempre actúa como si no me conociera.

- Pero, ¿sí te conoce?

- Me conoció bien alguna vez, cuando yo aún tenía nombre.

- Ah, ya veo. ¿Y cómo lo perdiste, tu nombre?

Me dirige una mirada impaciente.

- No interesa cómo, sino cuándo... El día que me encontré. En fin, Diego para mí dejó de ser Diego, el mismo día que yo dejé de ser quien creí que era, porque ese día, al perderlo todo, también perdí su estima. Por más que deshilé razones, no encontré ninguna valedera para merecerlo. Pero ya no importa, no extraño nada que la vida traiga o se lleve.

- Si es así, ¿por qué quieres esa puerta?

Permanecemos en silencio unos minutos, terminando de cenar. Luego me pregunta:

- ¿Y tú, para qué te paraste por tanto tiempo frente a un tren que nunca abordarías?

- Quería irme a un lugar lejano, empezar mi camino interior.

- ¿Y para qué tienes que irte lejos a encontrarte a ti mismo?

- Fue lo que comprendí cuando te vi, razón por la que no abordé. Percibí que pasabas por lo mismo que yo.

- Y seguiré pasándolo toda la vida, porque no quiero conocerme.

- ¿Te temes?

- No es temor. Es lo que soy, un habitante del tiempo... Del color y forma de una circunstancia muy cambiante.

- Lo sé, es esa precisamente la sensación que me inquieta. Continuamente siento que he sido otro. Mi pasado es un sueño ajeno.

- Apuesto a que no todo tu pasado te es ajeno. Algo debes recordar que te resulte producto de tal cual eres ahora. A pesar de que no eres el mismo, sigues siendo tú en todo momento.

- Por un tiempo quise pensar que lo que soy ahora es un progreso de lo que he sido. Es cierto lo que dices, pero entonces, ¿dónde está el progreso si siempre seguiré siendo el mismo que soy ahora, a pesar de que me sienta distinto? ¿Cómo es posible avanzar hacia lo que ya soy? ¿Cómo conozco hoy a la parte que desconozco, sin sentir que me extravío de mí?

- No puedes. Pero de todos modos, el objetivo es extraviarse. Entrar en un devaneo con el sentir y el pensar, a sabiendas de que ya todo se ha sentido y se ha pensado alguna vez, por lo tanto, ser más prácticos en el proceso. Ese es el único progreso.

Intento comprender, pero se me hace difícil. El vagabundo suspira exasperado, y continúa explicándome.

- Mira, el que tanto se preocupa por conocerse, termina por dejar de conocer lo que le rodea, que es igual de interesante, porque te influye. Puedes conocerte a través del exterior. Este paisaje, por ejemplo.

Me dice, señalando las montañas.

- Lo has visto antes, pero nunca lo habías apreciado hasta ahora. Esa simple acción, conlleva un cambio en ti. Transmutaciones como esa ocurren a cada rato, y la mayoría de ellas pasan desapercibidas, colándose sólo en lo abstracto de nuestra personalidad. Por eso, no sentimos el cambio en nosotros mientras ocurre, sino luego de que ya ha ocurrido. Y al percibirlas, seguimos sin sentir el cambio. Lo que sentimos es el transcurso del tiempo.

- ¿Entonces, qué me dices? ¿Que cada uno de nosotros es varios?

- Exacto. Dentro de nosotros mismos, hay muchas especies, pensando y sintiendo de manera diferente. Cada especie es una versión de ti mismo, una prolijidad de tu total. Por ende, nunca te conocerás. No completamente. La versión de ti que conozcas pronto será sustituida.

- Siento que sólo podré tocar orillas de mí.

- Sí, pero desde las orillas, te puedes ver en el fondo, aunque sea en la distancia.

Diego gime de dolor. El vagabundo me dice con un tono apenado, que me extraña, conociendo el resentimiento que le guarda a aquél hombre:

- No hay nada que puedas hacer por él. Diego es un moribundo desde hace mucho tiempo. Decidió caminar indolente, peor aún, caminar imponiéndose una personalidad que no era suya. Pretendiendo ser otro. Esa sí es una muerte triste.

- ¿Por eso se separaron?

- El día que perdí mi nombre, el día que me encontré, no lo hice por sentir que sabía quién era, sino precisamente, porque sentí que no. De la versión de mí que conoces hoy, me separo mañana. Diego vive en un estático mundo que ni siquiera es propio. Lo creó para los demás. Yo vivo en un mundo interior sucesivo y diverso. Diego, aún sobreviva, seguirá muriendo.

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Todos somos viajeros.

Todos compartimos la única, auténtica casa.

Todos morimos un poco, cada minuto que pasa.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/2096/78/Un-vagabundo-un-trotamundo-y-un-moribundo-ultima-parte.html

martes, 18 de octubre de 2011

Un vagabundo, un trotamundo, y un moribundo (Parte II) - Columna para periódico Acento

- ¿Puedo acompañarte?

- No sé para qué me pides permiso, si ya era decisión antes de ser pregunta.

- Cortesía, supongo.

- ¿Te parece que me interesan las cortesías?

- Curiosas palabras, viniendo de quien se detuvo a pasarme las monedas que acabo de dejar caer.

- No fue un gesto cortés. Nada tuvo eso que ver con las monedas, lo sabes.

Hice la pregunta porque había en ella promesa de aventura, un trepidante camino de experiencias y encrucijadas. Yo fui quien lo abordó, yo fui quien lo siguió. Pero era él quien lo quería.

Y yo lo que quería, era saber por qué.

Pero nada de eso se lo dije.

Luego de un rato caminando en silencio, se detiene y gira. Estamos frente a unas montañas, con nubes que estrangulan sus cimas. Un paisaje visceral, que hace al espectador quedarse desnudo frente a su propia naturaleza. Saber quien eres es un universo al que despiertas, no que tienes que aprender.

Pero este paisaje no es un lugar completo, es un lugar que nos está escuchando. Duele. Igual que duelen las hojas en blanco... El dolor que precede a un bien estar.

Hay algo llamado frontera, y hay una frontera en cada cosa llamada. Es incluso el propio lenguaje, una de las vías principales de comunicación, el mismo que nos limita. Por eso el largo silencio durante la caminata... Intenta decirme algo.

Creo entender... Encerrarse en la prisión que es el vestirse de una nacionalidad específica es algo casi jocoso, frente a un paisaje como este. Un artífice normalmente indiscutido como ese, pasa a ser algo marginal, y sin importancia. Todos somos del lugar que queremos. Somos de cualquier y toda parte. En fin, que ando con un vagabundo.

Sonríe, explorando el secreto territorio de mis pensamientos. Sabe que lo he entendido.

- Aquí dormiremos hoy. Continuaremos mañana.

- ¿No tienes hambre?

- Sí, pero hace mucho dejé de sentirla.

Me lo dice con cierto abatimiento.

Lo observo nuevamente, esta vez reparando en su físico. Un hombre de ademanes voluptuosos, envolventes, abrasadores. Rasgos gitanos, tez negra, ensortijado cabello de humo. Sonrisa vigorosamente frágil, reflejando los infinitos matices del claroscuro de la vida.

- ¿Dónde podemos cenar?

- Conozco un lugar cerca.

Hacia allí nos dirigíamos con anticipación, cuando escuchamos un grito de auxilio. Desconcertado, busco a mi alrededor su proveniencia. Veo a corta distancia, un hombre tirado en el suelo. Me acerco de prisa. Analizo la herida que tiene en el pecho, y su mirada desesperada que no deja el mensaje a medias.

- Ayúdame.

El vagabundo viene hacia nosotros, más tranquilamente. Hecha un vistazo, y parece reconocer al hombre.

- Tranquilo viejo, sólo estás muriendo.

Le dirijo una mirada cortopunzante.

- Debemos ayudarlo.

Suspira.

- De acuerdo.


http://www.acento.com.do/index.php/blog/2008/78/Un-vagabundo-un-trotamundo-y-un-moribundo-Parte-II.html

jueves, 13 de octubre de 2011

Un vagabundo, un trotamundo, y un moribundo (Parte I) - Columna para periódico Acento

(Sirva como apertura la presente columna, a una sucesión de las mismas que dedico a todo
el que anhele viajar a un lugar extraño y lejano, para encontrarse a si mismo. En especial, a
esos que están frente al tren con su boleto en mano, y no logran montarse.)

Iba a abordar el tren, lo juro. Estaba apunto de hacerlo... Cuando de repente me vi del otro
lado del andén. Nos reconocimos al compartir accidentalmente una mirada perforada y sentida.
De esas que te abren la vida, y hacen que arda, palpite, y desgarre. En fin, que mi error, como el
de muchos, fue pestañar. El mundo se cerró entre mis párpados, y al abrir ya no lo veía. Pero él
era yo. Y yo era él. Ambos lo sabíamos.

Aquella mirada infalsificable dejó en mi una oquedad... ¿Cómo podré subir ahora a este tren?

Antes de responder la pregunta ya el tren se había ido.

Aún con la sensación de vacío, comienzo a andar el laberinto, que según mi ingenuo juicio, me
llevaría a mi otro yo. Un laberinto que se prolongaba con cada paso. Era frustrante. Deseaba poder
meterme la mano en el bolsillo y sacar otro momento, uno cualquiera, en el que aún no hubiese
descubierto esa mirada.

Rompe mi silencio un sonido familiar. Monedas cayendo en el asfalto. Y ahí está de nuevo.
Yo... El... Pasándome las monedas que dejé caer de mi bolsillo.

Puedo verlo de cerca. Confirmo en su semblante, el mío. Nada tenían que ver nuestras cadenas de
ácido desoxirribonucléico con el hecho ser tan parecidos. No desviaría de mi camino por algo tan
intrascendente como las facciones. No... éstas son similitudes de otras densidades. Intento hablarle
para evitar que escape. Débil plan, que no sé cómo, logra cumplir su cometido.

- ¿Cómo te llamas?

- No tengo nombre.

Su voz era gruesa. Honda. Contaba más de lo que decía con palabras. No quiere decirme su nombre...
Es entendible.

- De acuerdo... ¿De dónde eres?

- De aquí, igual que tú.

- No, yo sólo estoy de paso.

- ¿Qué no estamos todos de paso?

- Pensé que eras de aquí.

- Este es mi hogar.

- Pero estás de paso.

- Estrecho o expando mi hogar, tanto como estreche o expanda a sus anchas el mundo.

Comienzo a entender. Me pregunta:

- ¿Hacia adónde vas?

- No lo sé.

- Pero solías saberlo, hasta hace poco. Pude verlo.

- ¿Qué viste?

- El cambio de trayectoria.

- No tengo una trayectoria en este momento.

- Bien. Es el mejor comienzo.

Sin más, se va.

Y yo, por supuesto, lo sigo.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/1950/78/Un-vagabundo-un-trotamundo-y-un-moribundo-Parte-I.html

martes, 4 de octubre de 2011

Se escribe elegir, se pronuncia renunciar - Columna para periódico Acento

Un sujeto sin pronombre se halla detenido, frente a una bifurcación en su camino.

A este sujeto nadie le preguntó si quería estar allí. Sólo lo estaba. Llegó a ese nudo de
incertidumbres en una especie de impromptu. Intentó demorar el momento pero eso no
le sirvió más que para cuantificar un tiempo de transcurso inevitable.

El caso es que estaba allí, frente a una impaciente y quejosa bifurcación, solo.

Debía elegir, y esa elección implicaba renunciar.

El sujeto exprime sus recuerdos en busca de alguna señal que le muestre la senda correcta,
pero sólo termina por concebirse como un ave sin posibilidad de vuelo... Por emplear
palabras suaves.

Miró a su alrededor, en busca de alguna presencia muda que pudiese ayudarle. Después de
todo, ¿qué clase de existencia es la nada?

La nada no existe.

Percibe un silencio que lo acompaña. Y trozos de un alma... La suya. Aparte, una valija.

Dos vías. Dos promesas de peripecias. Dos riesgos.

Al este, terreno llano y hojas secas. El sujeto se imagina andando por aquel camino como
tren entre la niebla, con fotos, olor a café, ciertas satisfacciones, aunque nunca completas.
Ve cosas dejadas a un lado... Libros, miradas, cálidas compañías. Advierte en el camino, un
fusilamiento de ideas. Un reloj aterido a las seis. Distingue abandonado en el suelo un paño
húmedo de lágrimas y anestesia. Aprecia la rigidez, y seguridad que brinda el camino. También
los vientos fríos. El sujeto se acerca. Crujen las hojas, y de repente todo desaparece.

Retrocede rápidamente. Otra vez en el nudo.

Al oeste, relieve irregular y cicatrices. Etapas, en lugar de ciclos. Impulsos absurdamente
elocuentes. El murmullo de una cañada. Una ventana abierta. Huellas indelebles. Amaneceres
anhelantes. Distancias. Quizás no libertad, esa palabra es muy grande, pero sí cierta soltura...
Suficiente espacio. Líneas borrosas. Un timón. Consciencia del desconocimiento. Incógnitas
y curiosidad. Lucha. Profundidad. Perspectiva. En esta dirección, nada es predecible.

Toma la valija. Sonríe descaradamente.

Esta elección depende, sobretodo, del sujeto en cuestión.



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