"Fué este rincón el que me impulsó a empezar
la búsqueda de lo que sigue... mi destino,
aunque la verdad no creo que esté ni cerca todavía.
Pero la vida me ha hecho entender,
que no tengo nada que perder...
y ahora que comenzé, llegaré hasta el final..." Gin@lejandra°


lunes, 16 de mayo de 2011

Espere, hay epílogo. - Columna para periódico Acento

Ha sido un día de paz artificial, verdades consumadas, y avalanchas ocultas.

De esos que son un nudo en la garganta.

Cada hora fue una vértebra, un nacimiento, una historia diferente.

Me dejé sobornar por lo inesperado, y recordé por qué me gustaba tanto hacerlo. Anduve por el
día caminando descalza, recorriendo centímetro a centímetro el paso del tiempo, mientras cerraba
las cortinas, los horarios, y me lanzaba en silencio al vacío. Un agujero por donde se me escapaba
el alma.

Eventualmente, llegué a una habitación en blanco que suplicaba un poco de color. Un universo con
paredes que me llamaba a trazar mi propio diseño. Decidí entrar a ese lugar tan íntimo, sabiendo
que quizás nunca saldría, ni siquiera para decir adiós.

Al entrar, lo primero que me tocó los ojos fue una piedra. Estaba en medio de la habitación,
queriendo demostrar su caída prodigiosa. A distancia pude ver su fractura, la reconocí de
inmediato... Se la hice yo.

Sí, yo tropecé con aquella nefasta piedra, una y otra vez.

Yo la elegí, no ella a mí, y la coloqué en el centro de mi vida. La llamé mi impedimento, y comencé
a existir desde el primer momento en que surgió. De repente, la vida poseía ilación, una razón de
ser. Tenía un objetivo: Destruir la piedra. Un encadenamiento voluntario... Ya saben, la misma
historia de todos, porque me convertí en lo que otros eran antes que yo, y que otros serán después
de mí. Niños que juegan a vivir correctamente.

Niños que tropiezan con la piedra, de manera intencional, porque no saben qué más hacer con ella.

Pudiera seguir tropezando, profundizar esa fractura hasta quebrantar la piedra. Pero eso ya no me
haría sentir satisfecha, porque cuando me dispuse a entrar en la habitación en blanco, había dejado
de vivir para ella.

Miré a mi alrededor. Siempre pensé que en todo había arte... Recién descubría que en la nada,
también.

Ahora mismo, les escribo desde la habitación. Escribo esta columna en las paredes. Continuaré
haciéndolo, porque es lo que más me da placer en la vida. Además, la prefiero ahí, porque todas
las ideas, en este lugar,
se arruinan al ser pronunciadas.




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