En una calle adoquinada de la zona colonial, un hombre sin facciones interesantes, recostado de
un farol, miraba a un niño. Su mirada era extraordinaria, no sospechosa, sino de especial interés.
Como si analizara las manifestaciones de su carácter, y de algún modo incierto, reflejara un anhelo.
Algo me ocurrió al caminar lentamente por la escena, e ir leyendo su mirada. El mensaje de lo
sucedido lo abracé, e hice mío, y ahora lo escribo porque me parece un buen regalo. No soy yo, sino
el murmullo del viento, quien les narra el acontecimiento.
Estaba cerca, y pude observar que algún sufrimiento trazaba el rostro de aquél hombre, con arrugas
a destiempo. Era difícil entrever qué tipo de sufrimiento indicaban; pero pensé en carencias,
desasosiegos, e incertidumbres. De pronto, la mirada fue desviada hacia un libro, de roja portada, que
apretaba en sus manos. Pasaba las hojas con fuerza, hasta detenerse abruptamente en una entrada,
de lo que indudablemente era un viejo diario… Había encontrado lo que buscaba.
Con una voz profunda, y anudada, leyó:
“Sólo el que tenga alma de niño, entenderá la belleza de una mirada sincera, lo trascendente de la
noche y el silencio, sabrá traspasar la correcta frontera, y cómo aprovechar un abrazo, para cuando
haga falta levantar su mundo. Se fiará de los sueños, porque con ojos cerrados y corazón abierto es
como andará su camino. Se guiará siempre de sus impulsos, aunque resulte impropio; aunque acabe
en dolor, porque dolerá sin arrepentimiento.
Sólo el que tenga alma de niño, encontrará tranquilidad en la resignación, de no siempre entenderlo
todo. Reconocerá fácilmente los momentos que se deben saborear con ademán pausado. Al sentir
amor, lo sabrá su pulso primero que su consciencia. Será suficiente para curar un pesar, silbar en su
frente un beso ligero. Sabrá mirar al mundo con asombro. Guardará secretos. Pertenecerá a nadie.
Romperá el candado que le ponen a la imaginación y la originalidad. En fin, sabrán vivir, y hacer vivir
a otros, esta movida llamada vida.”
Los pocos que estaban, fingían no escuchar.
Sin embargo, para mí, la calle se bifurcó. Una vía apuntaba hacia el niño, y otra hacia el hombre.
El niño, que dibujaba tranquilamente, bajo la sombra de un balcón adornado de flores misteriosas,
levantó su mirada. No sé si fue instinto, o coincidencia, cuando caminó con paso alegre y descuidado,
hasta donde estaba el hombre. Le extendió su dibujo. Este, perplejo, lo miró cuidadosamente. Se
arrodilla para mirar al niño, cara a cara, y le susurra acobardado:
- “Enséñame cómo.”
El niño le sonríe abiertamente, y posa su mano juguetona sobre su arrugada frente, aliviando, sin
saberlo a más de un corazón.
He ahí, uno que supo dónde buscar su felicidad. Y sólo el farol y yo fuimos testigos del conmovedor momento.
http://www.acento.com.do/index.php/blog/769/78/Ensename-como.html
domingo, 29 de mayo de 2011
Enséñame cómo - Columna para periódico Acento
Publicado por Gina Franco en 5:51 p. m.
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