"Fué este rincón el que me impulsó a empezar
la búsqueda de lo que sigue... mi destino,
aunque la verdad no creo que esté ni cerca todavía.
Pero la vida me ha hecho entender,
que no tengo nada que perder...
y ahora que comenzé, llegaré hasta el final..." Gin@lejandra°


domingo, 29 de mayo de 2011

Enséñame cómo - Columna para periódico Acento

En una calle adoquinada de la zona colonial, un hombre sin facciones interesantes, recostado de
un farol, miraba a un niño. Su mirada era extraordinaria, no sospechosa, sino de especial interés.
Como si analizara las manifestaciones de su carácter, y de algún modo incierto, reflejara un anhelo.
Algo me ocurrió al caminar lentamente por la escena, e ir leyendo su mirada. El mensaje de lo
sucedido lo abracé, e hice mío, y ahora lo escribo porque me parece un buen regalo. No soy yo, sino
el murmullo del viento, quien les narra el acontecimiento.

Estaba cerca, y pude observar que algún sufrimiento trazaba el rostro de aquél hombre, con arrugas
a destiempo. Era difícil entrever qué tipo de sufrimiento indicaban; pero pensé en carencias,
desasosiegos, e incertidumbres. De pronto, la mirada fue desviada hacia un libro, de roja portada, que
apretaba en sus manos. Pasaba las hojas con fuerza, hasta detenerse abruptamente en una entrada,
de lo que indudablemente era un viejo diario… Había encontrado lo que buscaba.

Con una voz profunda, y anudada, leyó:

“Sólo el que tenga alma de niño, entenderá la belleza de una mirada sincera, lo trascendente de la
noche y el silencio, sabrá traspasar la correcta frontera, y cómo aprovechar un abrazo, para cuando
haga falta levantar su mundo. Se fiará de los sueños, porque con ojos cerrados y corazón abierto es
como andará su camino. Se guiará siempre de sus impulsos, aunque resulte impropio; aunque acabe
en dolor, porque dolerá sin arrepentimiento.

Sólo el que tenga alma de niño, encontrará tranquilidad en la resignación, de no siempre entenderlo
todo. Reconocerá fácilmente los momentos que se deben saborear con ademán pausado. Al sentir
amor, lo sabrá su pulso primero que su consciencia. Será suficiente para curar un pesar, silbar en su
frente un beso ligero. Sabrá mirar al mundo con asombro. Guardará secretos. Pertenecerá a nadie.
Romperá el candado que le ponen a la imaginación y la originalidad. En fin, sabrán vivir, y hacer vivir
a otros, esta movida llamada vida.”

Los pocos que estaban, fingían no escuchar.

Sin embargo, para mí, la calle se bifurcó. Una vía apuntaba hacia el niño, y otra hacia el hombre.

El niño, que dibujaba tranquilamente, bajo la sombra de un balcón adornado de flores misteriosas,
levantó su mirada. No sé si fue instinto, o coincidencia, cuando caminó con paso alegre y descuidado,
hasta donde estaba el hombre. Le extendió su dibujo. Este, perplejo, lo miró cuidadosamente. Se
arrodilla para mirar al niño, cara a cara, y le susurra acobardado:

- “Enséñame cómo.”

El niño le sonríe abiertamente, y posa su mano juguetona sobre su arrugada frente, aliviando, sin
saberlo a más de un corazón.

He ahí, uno que supo dónde buscar su felicidad. Y sólo el farol y yo fuimos testigos del conmovedor momento.




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miércoles, 25 de mayo de 2011

As de corazones - Columna para periódico Acento.

Si hay algo innegable en la vida , es la necesidad del ser humano de hallar eso que todos anhelamos,
el cariño de alguien más. Nuestro camino está lleno de apegos y pasiones, como también de sueños
y desilusiones, y cuando tropezamos con alguna de aquellas sensaciones que nos produce el amor,
lo sentimos tan nuestro que creemos saber algo sobre aquel mundo, que es a la vez cercano y lejano,
pero la realidad es que una vida no es tiempo suficiente para conocerlo, sólo para sentir un soplo de
su inmenso poder. Bajo ese pensamiento, me considero una inexperta en las cosas del amor, pero aun
así quisiera compartir pequeñas observaciones que he hecho en la cotidianidad de mis días.

He sido testigo de la interminable monotonía que crece en el alma de aquellos que no aman... Creando
la errada costumbre de vivir como reflejo del quietismo, indolente pero sin júbilo, sin hastío pero
tampoco placer, caminando inerte, insensible, por campos sin cultivo.

He contemplado cómo el que aprende a ser siempre infiel nunca puede entregar amor, tampoco sabe
recibirlo con honor... Sólo cuenta sus victorias, a cada una les pone nombre, coleccionándolas en la
memoria de un corazón vacío.

El tamaño del amor no se mide por el tiempo que dura, se mide en el transcurso de cada nuevo latido.
Aunque ciertas veces se extravíe, siempre encuentra el camino devuelta a su lugar correspondido. En
el amor y su ilimitado alcance, la prontitud y la ligereza nunca es elegante. Puede viajar más lejos aún,
que el tiempo y la distancia, y nadar tanto en río como estanque.

Sobretodo he aprendido que nada llega temprano, y nada llega tarde, todo llega a su tiempo, nos
convenga o no. El amor, que a cualquier hora sabe tocar la puerta de quien lo acoja, viene callado, sin
aviso, en el azar inadvertido de un día, sin saber cómo ni por qué. Es lo más curioso del amor, estamos
siempre en su búsqueda, lo esperamos en la sombra de nuestras esperanzas, lo soñamos en el silencio
de las noches, y aun así siempre nos sorprende su llegada.

As de corazones, la única carta por la que vale la pena perder el juego, porque a fin de cuentas, el que
nunca la juega es el que realmente pierde.




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lunes, 16 de mayo de 2011

Espere, hay epílogo. - Columna para periódico Acento

Ha sido un día de paz artificial, verdades consumadas, y avalanchas ocultas.

De esos que son un nudo en la garganta.

Cada hora fue una vértebra, un nacimiento, una historia diferente.

Me dejé sobornar por lo inesperado, y recordé por qué me gustaba tanto hacerlo. Anduve por el
día caminando descalza, recorriendo centímetro a centímetro el paso del tiempo, mientras cerraba
las cortinas, los horarios, y me lanzaba en silencio al vacío. Un agujero por donde se me escapaba
el alma.

Eventualmente, llegué a una habitación en blanco que suplicaba un poco de color. Un universo con
paredes que me llamaba a trazar mi propio diseño. Decidí entrar a ese lugar tan íntimo, sabiendo
que quizás nunca saldría, ni siquiera para decir adiós.

Al entrar, lo primero que me tocó los ojos fue una piedra. Estaba en medio de la habitación,
queriendo demostrar su caída prodigiosa. A distancia pude ver su fractura, la reconocí de
inmediato... Se la hice yo.

Sí, yo tropecé con aquella nefasta piedra, una y otra vez.

Yo la elegí, no ella a mí, y la coloqué en el centro de mi vida. La llamé mi impedimento, y comencé
a existir desde el primer momento en que surgió. De repente, la vida poseía ilación, una razón de
ser. Tenía un objetivo: Destruir la piedra. Un encadenamiento voluntario... Ya saben, la misma
historia de todos, porque me convertí en lo que otros eran antes que yo, y que otros serán después
de mí. Niños que juegan a vivir correctamente.

Niños que tropiezan con la piedra, de manera intencional, porque no saben qué más hacer con ella.

Pudiera seguir tropezando, profundizar esa fractura hasta quebrantar la piedra. Pero eso ya no me
haría sentir satisfecha, porque cuando me dispuse a entrar en la habitación en blanco, había dejado
de vivir para ella.

Miré a mi alrededor. Siempre pensé que en todo había arte... Recién descubría que en la nada,
también.

Ahora mismo, les escribo desde la habitación. Escribo esta columna en las paredes. Continuaré
haciéndolo, porque es lo que más me da placer en la vida. Además, la prefiero ahí, porque todas
las ideas, en este lugar,
se arruinan al ser pronunciadas.




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sábado, 7 de mayo de 2011

Grietas - Columna para periódico Acento

Lo único coherente de nuestras calles, son sus grietas. Cada hendidura es un preámbulo, y a la vez
una continuación. Nos insinúan lugares secretos, realidades precarias, inadvertidas pero presentes.
Marchan sobre las superficies con la silenciosa costumbre de ir volviéndonos nada.

Sus trayectos cuentan historias de penas y distancias. Y nosotros los caminantes, transitamos sobre
aquél mapa de tristezas en una forma atemporal, impersonal. Con una naturalidad apabullante, que
va transformando aquellos caminos en tentativas al olvido. Así... como quienes se rinden
voluntariamente a la llegada de un futuro estremecedor.

El suelo roto ha puesto en la interpretación del caminante su sentir, pero para eso hay que elevar los
párpados, desnudar los ojos. Volver al antes sin dejar de ver el ahora. Asomarnos a las grietas
preguntándonos ¿Cuándo? ¿Por qué?

Buscar el origen. La causa del quebranto.

Algún caminante despertará un día listo para el recorrido rutinario, y escuchará el grito ahogado de
nuestras calles. Se quedará quieto, esperando que alguien más voltee, que alguien más en su pasar
también sea llamado por las cicatrices. Registrará una ausencia fantasmal, y lo inútil de su espera.
Ese día tomará un rumbo diferente. Mirará a su alrededor con escrutinio, y su mirada será regresada.
Entonces surgirá a raíz de ese devenir llano y sin vida, una correspondencia secreta entre las calles y
el caminante.

La esencia de desierto de aquellas calles, sus huecos y trozos harán al caminante ir con prisa, correr.
A cada paso estaría más cerca de dar con la consciencia de alguien. Pernoctará, tocará puertas,
buscará salidas. Se extraviará en aquellas vías curvas e interminables buscando ayuda. Su esfuerzo
no será una garantía, pero será lo único que tendrá para intentar callar los gritos.

La realidad se extendía al ojo. Una presencia sutil que cortejaba morbosamente nuestro contorno.
Nunca sin embargo había podido verla hasta ahora. El caminante no resistirá aquella interacción...
La fricción con una verdad vergonzosa, que confirma a nuestro país como efecto de la mutación del
tiempo.

Una advertencia tintinea a nuestro alrededor. Arrastrada por el viento y el tiempo toma por casa
nuestros ojos, pero aún nadie quiere verla.

Nuestros pasos marcan huellas. Y esas huellas dan forma al mundo.

Cuando el caminante logre recrear los movimientos irregulares de nuestras huellas, cuando rompa
con el curso cotidiano... Entonces los demás caminantes también podrán ver las grietas, y querrán
retraer el tiempo. Querrán orbitar educadamente. Controlar la colisión que puede y deberá producirse
libremente. Intentarán disimular la culpa, y presagiar el modo en que el planeta de agua salada inunda
nuestra alma. Querrán evitar el principio del verdadero fin.

Querrán, pero para eso será tarde.

Hoy, sin embargo, aún estamos a tiempo.




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