Pupilas inmóviles por unos segundos, clavadas en otras pupilas, enhiestas e impávidas, discretas y castas,
las miradas pasionales entre dos desconocidos. Los baña el silencio que siempre acompaña a los roces
inesperados, y probablemente los inunda un recuerdo... Esa misma mirada en otros ojos. Y más que el
momento en sí, es precisamente ese recuerdo el que les dibuja en el rostro expresiones un tanto osadas.
Expresiones que describen la honrosa fiereza del instinto humano. Y luego no queda más que revelarlo,
al contraer los labios dilatados, en una sutil sonrisa.
Acudimos a ese llamamiento, tan sencillo e inconfundible, que nos conecta de manera ineludible.
Las pasiones efímeras no son mito.
Tampoco son más que justamente eso, pasiones efímeras, que se marchan en un melancólico suspiro,
o en el rumor de un pensamiento que luego se evapora... Se vuelve eco. Coagula y reposa por siempre
en el olvido, ya extinto de intenciones, ya sin un "quédate conmigo", ya falto de vigor. Pero estuvo. Fue.
Tanto se empeñan algunos en negar algo tan hermoso, evadirlo si pueden. Tanto se dedican otros a juzgarlo.
Al que le teme a la verdad, al que se envuelve en el tabú, sepa, hay muchas formas de calor humano, y todas
ellas son trozos iguales del palpitar de la vida, y la dicha prodigiosa.
Salgan un pronto a ver el mundo... Lo único que realmente le falta es más cariño sincero. Ya no le pongan
etiquetas, no lo enclaustren, no lo pretendan. No lo irrespeten, no lo exageren. No lo vuelvan un contrato.
Después de todo, sentir latidos no es tener corazón.
Tener corazón es sentir cómo se aviva en el alma la sed.
Es abrir la mente, comprender razones ajenas. Saber que a veces los demás no saben lo que buscan, y
tienen el deber de averiguarlo.
La vida nos susurra bajito, en sotto voce, que no estamos hechos para la soledad.
Nos gobiernan indóciles sentimientos. Fugitivos pensamientos. Un abismo cavernoso que se resiste al
cálculo, mientras por un ligero momento, sucumbimos a la indefinible esencia de la naturaleza humana.
Allí, bajo las voces de la pasión y la razón, con ambas siempre en lucha, pero de ambas siempre vencedores,
nos condena la conciencia al anhelo impostergable del fuego que crepita, del misterioso viento que nos
eriza la piel.
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martes, 29 de noviembre de 2011
Sotto Voce - Columna para periódico Acento
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viernes, 25 de noviembre de 2011
jueves, 24 de noviembre de 2011
Tropezar al esquivar la piedra- Columna para periódico Acento
Al discurso público le duele la piel como si alguien le estuviese introduciendo alfileres en las cerradas
costuras de su atuendo. Ha sido agraviado y estropeado hasta convertirse en presagio del vacío, en
mensaje sin efecto, hijo único del implacable propósito de enterrar palabras con más palabras.
Las personas tratan al discurso público como un argumento. No en el sentido de que mediante él se
formule uno, ojala fuera el caso; sino que se valen de él para tener un argumento con un opuesto, para
tener un conflicto. Aquí es donde todo empieza a suceder en paralelo.
Cuando tenemos algún argumento con alguien en nuestra vida privada tendemos a no intentar
comprender a la otra persona, sólo buscar la debilidad en su lógica para poder atacarla. Pero, ¿es éste
el mejor modelo para los intercambios intelectuales públicos?
Esta ruptura de la frontera entre lo público y privado convirtió al discurso en la ficha de dominó que cayó,
y provocó consigo la caída de las demás. Un exilio de esperanzas.
Lo que nos hace sensibles al dolor, es también lo que nos hace sensibles a este tipo de perversidades.
No hay desasosiego que no implique un deseo homicida, aunque nos refiramos meramente al asesinato
del discurso, y su valor.
Los discursos públicos, modelados a manera de peleas, tienen ganadores y perdedores. Si discutes con
tan sólo el propósito de ganar, y no de defender un ideal, la tentación de negar los argumentos que
apoyan a tu contrario, y presentar sólo aquellos que apoyan los tuyos, es muy fuerte. Aceptamos este
modelo de argumentación porque asumimos que podemos detectar cuando alguno está mintiendo.
Pero no podemos... No a ciencia cierta.
Si el discurso público es una pelea, cada cuestión discutida debe tener dos versiones, dos lados de la
moneda. Es crucial que haya otro lado. Esto, porque se cree que la oposición nos dirige hacia el
conocimiento. Es decir, que cuando ambos lados discutan la verdad se manifestará, en forma de
provechoso aprendizaje. Pero los lados extremos son los que se presentan a la discusión. Es un mito
eso de que la oposición lleve a la verdad, cuando la verdad no reside en ninguno de los lados extremos,
sino que se encuentra en el complejo centro de ambos... Pero el enfrentamiento de los extremos es lo
que entretiene.
El aspecto más peligroso de modelar un intercambio intelectual a manera de pelea es que éste contribuye
a una atmósfera de animosidad que se propaga rápidamente.
Hace falta retomar el pensamiento crítico como base para el discurso público. Permitir que éste tome valor
por su contenido, en lugar de invertir esfuerzo, tiempo y creatividad en mostrar las debilidades de los
demás como forma de hacerlo más ventajoso; que no es igual que hacerlo meritorio, dicho sea.
Entiendo que es la responsabilidad de los medios representar las oposiciones serias cuando éstas existen,
y que los intelectuales deben explorar debilidades contingentes en los argumentos expuestos. Pero cuando
el deseo de oposición se vuelve abrumador, y exalta los lados extremos hasta oscurecer complejidades y
anteponerse a lo realmente importante... Cuando nuestro afán de encontrar impotencias en los contrarios
nos impide valernos de nuestras fortalezas propias, entonces nuestra forma de argumentar está sofocando
oportunidades de evolucionar el pensamiento, y el discurso público permanecerá siendo intelectualmente virgen.
Será como tropezar al esquivar la piedra.
http://www.acento.com.do/index.php/blog/2394/78/Tropezar-al-esquivar-la-piedra.html
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martes, 15 de noviembre de 2011
Fecunda sinfonía - Columna para periódico Acento
Por mucho tiempo me he resguardado en el silencio... El hogar perfecto.
Sólo él sabe guardar secretos. Sólo en él, cabe la interpretación. Ha sido él la cuna de mis mensajes más
importantes. Y ha sido él, mi único intento en el mundo de la diplomacia.
En el silencio he cometido mis crímenes más atroces... He sabido deformar anhelos hasta su punto más bajo,
el cálculo. He sabido saborear actos anticipados. He tenido sueños que no pueden ser otra cosa más que
propiedad privada.
En el silencio, y su fecunda sinfonía, he podido apreciar verdaderos amaneceres que poco tienen que ver con
el Sol; y he podido desnudarme ante mi misma, aunque duela... El único dolor que disfruta uno, el dolor de
la verdad.
Además, es el silencio, el único lugar fuera de la multitud en el que toma un descanso la identidad.
Es donde duermen inertes las semillas de algunos pensamientos, incubadas y arrulladas en las entrañas de
la tierra, sin salir hacia la superficie a transformarse en frutos.
El silencio conoce también, el espacio que hay entre la idea y la forma. El sabe de la tempestad que no
abandona mi cabeza. Es el único lugar donde logran mi insomnio y mi imaginación procrear libremente en
feroz maridaje.
Sólo en el silencio se escuchan claramente los latidos, y se conoce el ritmo exacto en el que transita la sangre
con pletórico empuje por nuestras venas.
El silencio les puede describir las miradas más tristes que recuerdo, y las sonrisas más tontamente alegres.
Del silencio se sostienen las promesas incumplidas. Los repentinos cambios de opinión. Y el olvido.
Con él, y una mirada, nos han dado muchas buenas y malas noticias.
Desde el silencio nos acecha sigiloso, el tiempo.
En el silencio puedo darle un baño a mi alma.
Pero sucede que hoy, para variar, quiero ruido.
Por vez primera, el silencio no dice suficiente...
Quiero una nueva melodía, que no me traiga ningún recuerdo.
http://www.acento.com.do/index.php/blog/2317/78/Fecunda-sinfonia.html
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miércoles, 9 de noviembre de 2011
Pantomima y artilugio - Columna para periódico Acento
Un niño al que quiero mucho, le vendieron un yoyo...
Y su yoyo, como todo objeto que funciona verticalmente, en especial uno que funciona también
de manera inclinada, crea una sombra en plena luz, que no se llena ni de ideal, ni de historia,
ni de propósito. Pero las sombras son sólo perceptibles cuando hay luz, y últimamente es
como si la luz nos viera, y se regresara por el túnel que llegó.
En fin, que el niño subía y bajaba su yoyo creyendo que se divertía, sin poder percibir esa
sombra, hasta que un día el yoyo se le escapó de las manos. El niño, pensando inocentemente
que tan sólo lo había dejado caer, se hincó con el propósito de recuperarlo, y al hacerlo,
aunque creyó haber cumplido su misión, tan sólo cumplió sumisión... Porque de lo que el
niño no se había dado cuenta, es que todo este tiempo era el yoyo quien jugaba con él, y que
su único interés lo decía su nombre.
¿Adivinen quién es el niño?
Esto que hay entre el poder y la corrupción fue amor a primera triza.
El movimiento del yoyo no es más que una pantomima, y el yoyo en sí, es tan sólo un artilugio.
El verdadero culpable es el niño, que se dejó vender el yoyo. Pero el niño es niño... Y quizás
sólo lo hizo porque al mirar el cielo creyó que su color azul era infinito, al no haber estudiado
la atmósfera. En cuyo caso no sería culpable, sino víctima.
http://www.acento.com.do/index.php/blog/2235/78/Pantomima-y-artilugio.html
Publicado por Gina Franco en 2:28 p. m. 0 comentarios