"Fué este rincón el que me impulsó a empezar
la búsqueda de lo que sigue... mi destino,
aunque la verdad no creo que esté ni cerca todavía.
Pero la vida me ha hecho entender,
que no tengo nada que perder...
y ahora que comenzé, llegaré hasta el final..." Gin@lejandra°


lunes, 19 de marzo de 2012

Consuelo - Columna para periódico Acento

Las olas se alzaban de manera suave y elegante sobre la superficie del mar... Su movimiento, por alguna
extraña razón, me recordaba a la manera en que los brazos de un niño se alzan para volar una chichigua.
Luego se estrellaban con fuerza, y mi alma se quedaba allí, revuelta entre nubes de espuma y sal.

Yo me quedaba muy quieta, escuchando el sonido que hacía el estrellar de las olas... Un sonido que se
quejaba muy amargamente aquella tibia tarde. Así estuve por horas sentada en la arena, postergando la
cotidianeidad, clavando mi mirada anhelante en el horizonte.

A lo lejos escucho una voz de tono interrogante, pero estaba muy concentrada como para fijarme en su
procedencia. Medio minuto después, sin embargo, lo supe. Sentí una sombra alargarse sobre mí, y giré
hacia mi derecha para ver a un niño, preguntándome insistentemente porqué no quiero ayudarlo.

"¿Ayudarte con qué?" Le pregunto, saliendo de las profundidades de mis pensamientos.

El niño, indudablemente consternado con mi indiferencia previa, me pide que lo acompañe. Adentra los
pies en la orilla del mar, y recoge un poco de agua entre sus manos.

"Mira." Me dice. Observo el agua transparente que empieza a gotear entre sus pequeñas palmas apretadas.

"¿Qué es lo que me pides que mire?"

"El color del agua." Me dice acongojado.

"Yo no veo nada extraño."

El niño la mira perplejo. "¿No ves que ya no es azul?"

"Es porque el mar no es azul." Le rodeo las manos que siguen sosteniendo el agua, y le explico, "ese azul
de oscuro esplendor es el color del cielo, que el mar refleja."

"¿Del cielo?"

Le asiento con la cabeza, en señal de afirmación. El niño hace una mueca, resistiéndose a llorar, y me percato
de que para él, este asunto es uno verdaderamente importante y serio.

"¿Qué te entristece?" Le pregunto.

"Que no puedo alcanzar el cielo."

"¿Y para qué quieres alcanzar el cielo?"

"Necesito atrapar ese color azul."

Derrama el agua que tenía en sus manos, y me muestra el collar que le rodea el cuello. No era un collar
precisamente, más bien, se trataba de una fina soga atada a una diminuta botellita. "Es el mismo azul de
los ojos de mi mamá," me explica, "no había vuelto a ver ese azul desde que... Desde que..." Su esfuerzo
se quebranta, y se deshace bruscamente en sollozos.

Qué pequeño se veía ahora aquello que me angustiaba antes. Tantas horas ensimismada en mis pensamientos
grises, cuando tan cerca, había un niño que necesitaba ser consolado. Acunarlo entre mis brazos fue lo que
hice para indemnizarme de mi comportamiento.

La percepción es una herramienta curiosa y extravagante.

Y en definitivo, pocas cosas son extraordinarias en la manera que lo son las añoranzas.



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domingo, 4 de marzo de 2012

Como una imitación - Columna para periódico Acento

Con frecuencia deseo volver a ese lugar al que siempre voy cuando intento escapar de preconcepciones y vacíos.
Es uno al que voy sólo cuando necesito de él, lo que hace al regreso, por seguido que sea, un placer incontaminado.

Hoy he regresado. Busco un bálsamo para mi herida, y ese lugar, con sus ruinas confusas, y sus construcciones
descalabradas, siempre absorbe mi aflicción, como si la repartiera entre otras almas.

Escucho mis pasos resonando en el eco, y el quejoso crujir de las puertas cuando giran con dificultad sobre sus
goznes para permitirme la entrada. Atravieso un resonante corredor y llego al pie de una escalera devastada.
Inhalo aire en un intento de respirar, y empiezo a subir. De los bordes de los escalones surgen matas de Celidonia,
yerba de las golondrinas, doradas y mortíferas. Cuando llegué a la cima de la escalera, que en un gesto de lealtad
al tiempo a quedado en pie, la oscuridad era tan gruesa que había quedado ciega. Qué siniestra casualidad -me dije-,
pero me deshice de lamentaciones e improperios contra mi infortunio y continué mi camino con extraordinario vigor.

Me encontraba en un laberinto. Sabía perfectamente qué debía hacer para salir de él... Verán, se trata de un ejercicio
mental, la única instrucción es pensar.

Al principio, como es usual, mis pensamientos son fríos, pero luego se van presentando las evidencias. A medida que
voy interpretándolas, mis pensamientos van abandonando su palidez, y su sabor a descafeinado. Ese trayecto es el
bálsamo que busco. Es también lo que me permite escapar de preconcepciones y vacíos.

Un laberinto, un estado, un proceso analítico y crítico por el que debe atravesar toda persona que desee producir un
cambio ideológico que no venga con fecha de expiración. Resulta fácil evidenciar cuando un cambio ideológico no es
auténtico... Se carece de la amplid mental necesaria para adoptar la nueva ideología en toda su intensidad, y se recurre
a la pretensión de apropiársela, y para conseguirlo, se reduce las dimensiones de esa ideología en una proporción
análoga a las facultades que la juzgan, y se empequeñece hasta que entra en la medida común.
Algo así como una imitación.

Me niego a creer que nuestras opiniones sinceras son tan volátiles y manipulables. Que las impresiones del ser humano
no son más que un arenal invertido, que deja escapar poco a poco su contenido. ¿Cuál es el objetivo, y cuál es la
naturaleza, de eso que aspira a sojuzgar un porvenir, una dirección correcta, un camino a seguir, pero que es tan violento
en su embriaguez, tan rápido en su duración, que se desvanece igual que se desvanece cualquier moda?

Hoy mismo, palpitantes con deseo de lucha, con indignación, con esperanza... ¡Y mañana!... Nada. Se extravían las razones,
la efervescencia. Todo porque no fueron fundamentadas sobre una base sostenible.

Ya siento la salida del laberinto aproximarse. Lo sé, porque empiezo a ver mejor, hay más claridad. Puede que cuando salga,
siga ciega... Sólo que al contrario del inicio, ahora me cegaría el resplandor de la luz, que es igual de malo. Significa que
me he apresurado. Un cambio de ideología es algo progresivo, bien justificado, y personal. Sólo de esa forma se logrará
efectivamente romper el mundo conjetural en el que se está acostumbrado a vivir, y desarrollar esa mirada universal, como
de águila, que le permita mirar frente a frente al Sol, y a la vez divisar al insecto oculto bajo la hierba.



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