"Fué este rincón el que me impulsó a empezar
la búsqueda de lo que sigue... mi destino,
aunque la verdad no creo que esté ni cerca todavía.
Pero la vida me ha hecho entender,
que no tengo nada que perder...
y ahora que comenzé, llegaré hasta el final..." Gin@lejandra°


jueves, 26 de enero de 2012

Caballero inconstante - Columna para periódico Acento

Cada recuerdo tiene su textura propia.

Están aquellos en los que voy deshojando bosques. En los que el recuerdo parece levantarse de los propios átomos,
colocarse frente a mí, y mirarme fijamente. Esos que son como el agua, el aire, o incluso quizás alguna sustancia
explosiva o tóxica, a la me resulta imposible darle forma.

Son como asomarse por la cerradura del ojo.

Me resulta fascinante esa clase de recuerdos... Poco importa si son buenos o malos. Si pudiese recordar fielmente
ciertas realidades en su contexto, dejaría de extrañar tantas cosas que se han ido. Aunque por otro lado, no quisiera
hacerlo siempre. No deseo poseer todos mis recuerdos insanamente intactos.

Desajustar la realidad de vez en cuando resulta necesario. Una brújula que me desvíe, y me indique también el lugar
donde no están las cosas.

Esos recuerdos en los que la distorción adquiere rasgos atractivos, y para abrirle el vientre a la imaginación me coloco
en el lugar del cuchillo, resultan a veces la forma más honesta de ocupar vacíos, y poner en su lugar algunas situaciones.
De la misma manera en que la ficción narra tantas verdades.

Son como tirar mi mente por la ventana a otro universo.

Desviar realidades es una tradición humana muy antigua, y además profundamente arraigada en nuestros hábitos.
La percepción varía de persona en persona.

La real diferencia en esta dos clases de recuerdos, la fiel y la infiel a la realidad, es la misma que hay entre el hubo
una vez, y la vez de un hubo.

Pero el recuerdo, ese caballero inconstante, suele acompañar a la desolación, y en la desolación todo está permitido.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3083/78/Caballero-inconstante.html

miércoles, 18 de enero de 2012

Soliloquio - Columna para periódico Acento

"El hombre es imperfecto."

Ha habido siempre en algún lugar de mi conciencia una inconformidad al tener que aceptar esa frase.
Aunque sea cierta.

Es cuestión de cómo está formulada. Tendría más sentido decir que el hombre es tan perfecto como
puede serlo. Su conocimiento y habilidad, a la medida de su estado, lugar, tiempo, y espacio. Es ésta
una de las más curiosas realidades que nos puede ser proporcionada por el acaso de los encuentros
y de las faltas, conquistas y tropezones, de la naturaleza humana.

Después de todo, el orden general está dentro de lo natural.

Observen la manera en que los sistemas corren dentro de otros sistemas. Fíjense tanto en los patrones
que forman al hacerlo, como en la compleja maquinaria en la que resultan. Una de la que sólo alcanzamos
a conocer un muy pequeño trozo.

¿De dónde más podemos razonar, sino a partir de lo que sabemos?

Por sencilla que sea esa noción, a muchos se les escapa, y andan por la vida con una sensación de
posesión y dominio absoluto... Ignorando lo irreal y quimérica que es dicha sensación.

Incluso, muchos de aquellos que sí son conscientes de nuestros limitantes, son a causa de esto atacados
por el tedio, esa fastidiosa enfermedad del alma.

¿Qué otra razón sino esa, es la que provoca que tantos hombres se encuentren insatisfechos? ¿La razón
de que, cuando ningún otro animal en la naturaleza se queja de lo poco que se le haya brindado, el hombre
esté siempre en busca de más?

Cualquier eufemismo se ha vuelto válido, para evitar considerarle existente al permanente desencuentro
del hombre con su capacidad.



http://www.acento.com.do/index.php/blog/3007/78/Soliloquio.html

miércoles, 11 de enero de 2012

¿Y a ti, qué te diría el niño que fuiste? - Columna para periódico Acento

- Entonces, ¿es ella?

Dijo a alguien que ya no estaba allí. Se percata de esto, y permanece quieta un momento, entendiendo lo
que ocurre, mientras me observa con atención.

- Eres distinta.

Concluye por decir. Yo la miro también... Es exactamente como la recuerdo.

- Es porque he madurado.

Le respondo cariñosamente.

-¿Madurado? ¿ Y eso por qué te hace distinta?

- Pues, que he crecido y aprendido. He cambiado. Ahora sé más.

Le dije, aunque por alguna extraña razón, no pude pronunciar con toda seguridad esas últimas tres palabras.
Y como sabrán, esas son cosas que no se le escapan a los niños.

- Ah, no sabía que madurar implicaba cambiar quien eras. ¿Y en qué conoces la vida mejor que yo?

- Esa pregunta no tiene caso responderla. Aunque tuviese una respuesta concreta, pierde el sentido si te la
doy. La irás descubriendo a tu tiempo, y a tu manera.

Ella suspira resignada, sabiendo que es inútil insistir.

- Supongo que es bueno el hecho de que no me lo quieras contar. Significa que no hay nada que quieras evitar
que suceda.

- Sí que lo hay. Pero aunque quisiera evitarlo, sé que si no sucede no formará mi carácter como lo ha hecho,
y no podré ser quien soy, quien tú llegarás a ser.

- ¿Te gusta quien seré, quien eres, entonces?

- Sí, aún hay mucho que mejorar, pero sí.

- ¿Qué queda por mejorar?

Medito un momento antes de responder a esta pregunta, aunque su respuesta es bastante sencilla.

- Todo lo que quiero mejorar de mi consiste básicamente en recuperar cosas que dejé perder de mi misma.
Cosas que tú aún tienes. Como la sencillez con la que miras las situaciones.

- ¿De qué te sirve madurar entonces?

Ante esto, no me queda más que reír.

- Creo que no logré definirlo correctamente.

Le digo.

- No, lo que no hiciste fue preguntar por qué te veo distinta.

- Tienes razón... Tampoco pregunté distinta a quién.

Ella sonríe.

- Por fin entiendes. Eres distinta a como pensé que serías, a como te imaginé. Y distinta a quién eras, a mi.
Te sumiste en el desaliento. Olvidaste tu sueño, aquello que anhelabas. Pude darme cuenta con tan solo mirarte.

- Lo sé. Lo sé.

- ¿Qué pasó? ¿Por qué lo has hecho?

- Pues, precisamente por madurar. Ese sueño tiene demasiados obstáculos, y muy pocos beneficios. No es
práctico. Es hermoso, pero no me conviene.

La niña que fui, aquella que aún vive en alguna parte de mi, pero que he ignorado por mucho tiempo, se pasa la
mano por los cabellos yendo de un lado para otro como animal perseguido, y me dice con una voz llena de angustia:

- Te engañas a ti misma. Huyes diciendo "mejor así", pero tú ya conocías los obstáculos que traía tu sueño antes
de proponértelo. Juraste que para hacerlo realidad pondrías todo el ardor de tu alma, toda la fuerza de tus brazos.
Lo sé, porque eras niña cuando lo juraste. ¿Es esto todo lo que tienes? Ante tus ojos, y los de muchos otros grandes,
no soy más que una tontuela, pero sé muy bien lo que es el miedo. Temes. Es esa la verdadera razón de tu abandono.
Te dices que es lo sensato, lo correcto... ¡Lo práctico! ¡Te dices eso y te crees casi justificada aún ante tu propia
consciencia, ciega de ti! Pero no siempre fue así como te representaste las cosas. ¿Quieres mejorar?

- ¡Ya sé! - La interrumpo. – Ya sé cómo hacerlo. Ya sé lo que debo recuperar.

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En esta madrugada no se escucha más que el silbido del viento de invierno que agita las copas de los árboles.
Estoy acostada en mi cama, esperando un amanecer que llegó en forma de remembranza.

Verán, la historia surge con la retrospección. Muchos eventos se vuelven significantes sólo cuando miramos
hacia atrás.

El pasado es esa amenaza que siempre se cumple, o esa promesa que no descansa... Dependiendo de cómo decidas
verlo, porque así como todo lo demás, el pasado está empañado por nuestra percepción, laboriosamente fabricada
por nuestras mentes y corazones, la tecnología más antigua y compleja.

Aún no sé cómo logré abrirle la puerta a ese recuerdo, pero siento con qué nostalgia acaricia mi mente aquel
peculiar sueño que tuve una vez.

Tanto he cambiado desde entonces, y a la vez tan poco.

Me pregunto cómo sería aquel encuentro imaginado, si lo imaginara hoy.



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